IV. En una piel extraña

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Pugnaba por enfocar mis ojos. La luz se había vuelto más tenue. Mi primera impresión fue que la tormenta había oscurecido el cielo y ya se cernía sobre nosotros, pero eso no explicaba el hecho de que fuese incapaz de mirar a mi alrededor como de costumbre y que ya no sintiera la lluvia sobre mi piel. La vegetación ahora era extraña y difusa, y cientos de partículas flotaban en el ambiente. Evet se había esfumado.
Algo era distinto.

Sin embargo, no me encontraba excitado. Una extraña calma se apoderaba de mí. Lejos de lanzarme a la búsqueda de mi amiga, asunto que en circunstancias normales debiera preocuparme, me concentré en las sensaciones que me invadían.
Había mucho a mi alrededor y dentro de mí que no me resultaba familiar y, no obstante, me hacía sentir lleno de fuerza y poder. Desde luego, no tenía miedo. Lo siguiente en lo que reparé fue en una agradable sensación de frescor. Quise mover un brazo delante de mí, entre las partículas suspendidas en mi campo de visión y de repente noté gran resistencia. Mis movimientos eran lentos. Durante unos instantes que se me antojaron exasperantemente largos alterné la articulación de ambos brazos. Notaba su vaivén, pero no era capaz de verlos en mi campo de visión.

La preocupación empezó a crecer en mi interior y, cuando empezaba a aflorar mi yo de siempre, el Isdaam extremadamente prudente y del que Evet se burlaba a veces llamándome miedica... una peligrosa serpiente de agua avanzó flotando delante de mí, como suspendida en el aire.
Estaba petrificado. Hubiera dicho que se me cortó la respiración pero entonces caí en la cuenta de que hacía ya rato que no respiraba.
Seguí la serpiente con la vista quedándome totalmente inmóvil. Ésta pareció perturbar algo arriba de mí, una especie de espejo que se movía como la superficie de un líquido en ebullición... avanzaba dibujando ondas sinuosas que se alejaban en todas las direcciones.

Repentinamente fui capaz de enfocarme y comprender que me hallaba debajo del agua. Por eso mis movimientos eran lentos. Por eso no respiraba. Y por eso una serpiente podía flotar ante mis ojos entre las partículas en suspensión.
Volví mis ojos hacia la superficie, observando cómo se alejaba la serpiente. Sentí en mis oídos una pequeña vibración que se estaba produciendo cerca, a mi derecha. Me moví levemente en esa dirección y pude vislumbrar, a través de la superficie, la figura difusa pero inequívoca de Evet. Se había arrodillado en la orilla, al parecer para lavarse las manos.
Subí hasta allí para emerger a apenas un par de metros de distancia.

Mientras Evet sacudía sus pequeñas manos en el agua, levantó ligeramente su cabeza y entornó sus ojos negros dirigiendo su mirada hacia mí. Súbitamente los abrió de golpe y su cara se tornó en una expresión de terror extremo.
Mi intención no fue asustarla. Pensé en ponerme de pie pero me fue imposible: no podía tocar el fondo del río. Lo siguiente que se me ocurrió fue la idea de que la serpiente de agua había vuelto y se encontraba detrás de mí, de ahí el susto que se había apoderado de mi amiga. Volví medio cuerpo para mirar y ví, justo pegado a mi espalda, algo alargado y de mayor tamaño que la serpiente que hace unos momentos se había paseado ante mis ojos bajo el agua.
Me sobresalté y, con una sacudida increíblemente rápida, me sumergí y me alejé de allí surcando las aguas a una velocidad vertiginosa mientras golpeaba raíces y espantaba bancos de pequeños peces.

Me detuve enseguida. Algo no cuadraba en la manera en que me desenvolvía en el agua, un medio ciertamente extraño para mí.
Subí de nuevo a la superficie y busqué a Evet en la orilla que acababa de dejar detrás de mí. Allí estaba, de pie, petrificada... mirándome. Mantuvimos el contacto visual durante un instante y empecé de nuevo a nadar hacia ella. Mi cuerpo serpenteaba por la superficie y, aunque me desplazaba con lentitud, sentía que podría sacudirme y alzarme velozmente por encima de la superficie del río.
Evet comenzó a dar pasos hacía atrás y la expresión de terror de antes volvió a su rostro.

Siguió dando pasos hacia atrás, alejándose de la orilla a la que yo me acercaba.
Quise hablar; preguntarle "qué te pasa, Evet?... soy yo, Isdaam...", pero mis pensamientos no se verbalizaron. Se quedaron en sólo eso: meros pensamientos.
Comenzaba a experimentar cierto grado de desesperación. Para entonces ya me estaba acercando a la orilla y me dejé frenar en la superficie del río, entre ninfas flotantes y pequeñas hojas de las plantas de la selva. Evet daba pasos hacia atrás y también se detuvo. Cuando percibí que ella estaba a punto de cobrar calma, me percaté de una sombra que surgía entre la vegetación detrás de ella, y que parecía acecharla.
Algo estaba a punto de saltar sobre la pequeña Evet.

Sentí que una oleada de terror recorría mi espinazo. Con pasos lentos, ojos brillantes y boca jadeante, un tigre joven se mimetizaba entre las plantas. Tenía la mirada fija en Evet, quien no se había percatado aún del peligro mortal que la acechaba a sus espaldas.
El animal tensó su cuerpo y se preparó para atacar a la pequeña, que seguía con sus ojos clavados en mí.

Evet se volvió. Miró al tigre y lanzó un alarido de pánico. El animal saltó sobre Evet con las garras extendidas y las fauces abiertas. Todo estaba perdido.
De repente salí propulsado del agua agitando mi cuerpo. No me explico cómo logré ganar tanta velocidad en un instante tan corto. Me movía en una nube de gotas de agua que me acompañaban en mi vuelo desde la orilla del río. Pasé por un lado de Evet, apenas rozándola, y justo a tiempo de abrir mi boca cuanto me era posible y atrapar por el cuello al tigre, que ya volaba hacia mi amiga y muy cerca estuvo de clavar las uñas sobre sus delicados hombros.

Caí pesadamente al suelo con el tigre atrapado en mi boca. Podía sentir como crujían sus vertebras. Sin soltarlo, me volví hacia Evet, que se hallaba encogida y temblorosa, protegiendo su cabecita con sus manos.
La observé así un tiempo indefinido; un tiempo que se me antojó eterno y que sólo fue interrumpido por un sonido de jolgorio que se acercaba a nosotros por las copas de los árboles más altos a la orilla del río.
Evet se movió lentamente, me recorrió con la mirada y luego escudriñó la selva por encima de nuestras cabezas.
Eran lémures voladores.

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⏰ Última actualización: Jul 25, 2019 ⏰

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