»royalwedding

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; Antes de nada, este au está basado en la boda real del Príncipe Harry y Meghan Markle por lo que hay ciertos aspectos que coinciden. Además, al ser la familia real inglesa, cuando se nombra a la madre de Chris (que sería Harry) estoy pensando en Lady Di, al igual que con su abuela (la reina Isabel) y con todos los familiares en general. Evidentemente, podéis pensar lo que queráis, pero a mí me ha servido imaginármelos a ellos para escribir este relato. ¡Espero que lo disfrutes! ;

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Procuré no darle muchas vueltas cuando se lo pedí. No es como que no tuviera nada preparado, -joder, tenía tres folios escritos a mano con el discurso más romántico del mundo- más bien es que se me había olvidado prácticamente todo lo que quería decirle y preferí ser breve y contundente.

Ayudó un poco -y lo usé como excusa al público- que no me dejara acabar antes de que me dijera "¿cuándo puedo decir sí?" y se lanzara a mis brazos. Mierda, es que, joder, no puedo describir cómo me sentí. Tenía ganas de gritar, de llorar, de besarle, de marcarle, de lamer cada trozo de piel que tenía a la vista.

Me cago en mis antepasados, quería arrancarle la ropa y hacerle olvidar su nombre hasta grabar a fuego en su interior el mío. Y a la vez, quería mirar el anillo resplandeciente en su dedo y quedarme así, sólo contemplándolo, contemplándole.

Le conocía desde hacía más o menos dos veranos, pero no fue muy difícil darme cuenta de que estaba perdido por él cuando buscaba cada minuto a solas para llamarle y cada día sin compromisos para coger un avión y volar hasta donde estuviera.
Vamos, no es cómo si hubiera un protocolo a seguir en esto del amor.
No hay fechas, no hay reglas, no hay límites.

Lo supe, no necesité meses, ni años. Lo supe porque el nudo en el estómago no miente, pero, muchísimo menos miente el dolor de huevos cuando estás lo suficiente caliente y él está lo suficiente y dolorosamente lejos.

Sebastian Stan era un actor rumano-estadounidense, y, al principio, fue algo complicado compaginar sus días de rodaje con mi agenda llena de compromisos reales propias del príncipe de Inglaterra.
Sí, no somos una pareja convencional.

Llega a ser graciosa la forma en que nos conocimos, porque, por raro que parezca, fue una cita a ciegas. Nos presentó un amigo en común -que, debo decir- tenía toda la intención de crear un romance de esa unión, y a partir de entonces, todo surgió solo. Dios, mentiría si no dijera que hay días que simplemente le llamó y me dedico a darle las gracias millones de veces por haber traído a mi vida a la estrella más brillante del firmamento.

Apenas sabía quién era él, lo que pareció sorprender a mucha gente. Llevaba años metido en el rodaje de las películas del universo Marvel y no pasaba lo que se dice desapercibido.
Del mismo modo, y para mi alivio, él tampoco sabía mucho de mí. No tenía apenas información sobre la familia real inglesa y -como dice a menudo para tocarme los cojones- se sabía mi nombre por cultura general.

No me negué a mi mismo las reacciones de mi cuerpo cuando le tenía cerca y no me negué a mí mismo que estaba cayendo por él aun sabiendo lo que podría acarrear que fuéramos dos hombres. Lo que sí me negué en un principio, fue a intentar algo que pudiera causarle incomodidad.

Era plenamente consciente de lo que suponía mantener una relación con una persona como yo, y a pesar de haberle entregado mi corazón desde casi el primer instante en que me sonrió, no quise arriesgarme a que sufriera. No quise ser el causante de su malestar y mantuve las distancias los primeros meses.

Hasta que, claro, no pudiendo ser inmune a sus encantos, acabé devolviéndole el coqueteo de manera leve.
Leve.
Lo que sigo preguntándome cómo logré porque sólo era capaz de gruñir cuando otra persona le lanzaba una mirada y de sisear cuando se levantaba la camiseta por casualidad y podía ver un trozo de piel.

Till the end of the line ➳ stuckyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora