4. Un problema personal

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Cuando Dave se despertó por el estridente tono de llamada, su hermana ya había salido. Estiró el brazo hasta alcanza el móvil del suelo y lo desconectó del cargador sin cuidado.

—¿Qué quieres, Sergio? —preguntó ronco.

—Te he escrito diecisiete mensajes y no me contestas.

Dave se frotó los ojos, todavía cansado. Se había logrado dormir a las dos de la mañana a causa del frío y la preocupación.

Le costaba conciliar el sueño desde hacía cinco años, cuando su padre se fue de la casa.

—Estoy en el parque con Álvaro —oyó que Sergio proseguía— y Santos se está comiendo a tu hermana.

—¿Qué?

Dave se incorporó de golpe en la cama, retiró la manta y se colocó como pudo su gorro de invierno con una sola mano.

A pesar del cansancio y la somnolencia, bajó torpemente la escalera para revisar rápidamente la cocina; se sorbió la nariz y revisó el cuarto de su hermana.

Cristina no estaba.

—¿Qué hace con él? —preguntó, molesto.

—Querrá tener la reputación de tu madre.

—Cállate, imbécil —le soltó enérgico—. Dime dónde estás, que voy a arrancarle un brazo o dos a...

—Relájate, Dave. Solo quería que lo supieras. Tu hermanita se cree que sabe con quién se está metiendo, pero no tiene ni idea de cómo juega Santos.

Dave se calló. En ese momento, una parte de él tuvo miedo.

Porque Sergio tenía razón.

Colgó la llamada, subió las escaleras y entró al baño.

Apoyado en el lavabo, se miró el arañazo del pómulo. Ya era solamente una diminuta cicatriz bajo el ojo.

Ahí frenó para pensar en Cristina.

Su hermana le había dicho muchas veces que su amiga Merche lo consideraba guapo. Pero nunca lo habían piropeado a la cara.

Tomó aire y agachó la cabeza. Era serio, como su padre. Escondía su cabello castaño por él, porque odiaba que su madre lo comparase, que le recordara que tenía sus mismos defectos. Que era un inútil, un flojo, lento para pensar.

No se lo decía directamente, pero se lo hacía sentir cada vez que apuntaba que era solo un niño.

Ahora su madre había elegido a Óscar. Entre él y Dave siempre había tensión, porque el otro lo miraba por encima del hombro y se burlaba de él.

Dave lo soportaba por su hermana, porque prefería ser él el blanco a que molestara a Cristina.

Su madre llegó sobre las doce de la compra y preparó pasta; una hora después, su hermana regresó a casa.

Dave y ella comieron a las dos, porque sabían el novio de su madre llegaría a las tres y preferían evitarlo.

—¿Y esa chaqueta? —preguntó Dave, que notó de repente la cazadora negra de su hermana.

—Me la ha regalado Merche —contestó ella con una sonrisa tan amplia que cualquiera la habría creído—. ¿Te gusta?

—Parece de tío.

Cristina chasqueó la lengua. Su sonrisa se había disuelto de pronto en una mueca de disgusto.

Se levantó para dejar el plato en el fregadero y dirigirse a la escalera; él, que aún no había terminado, se olvidó de la comida y la siguió, llamándola.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora