5. Otro corazón roto

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Dave sufría, pero no lloraba. Nunca.

Había transcurrido semana y media desde que se sentó con Jill en el recreo y empezaba a cuestionarse si era mejor lanzarse por la ventana o desde el desfiladero de la ciudad, junto a la comandancia militar.

Estaba en la cama, de espaldas contra la pared, cruzados los brazos sobre las rodillas. Clavaba de vez en cuando la barbilla en ellas para comprobar que seguía vivo. Se preguntó qué tan fácil sería arrancarse el corazón para vendarlo con fuerza y dejarlo sanar.

Después de cruzar miradas con Ciro, se levantó sin siquiera despedirse de Jill, que se puso en pie de un salto, sin entender qué ocurría.

—No te importa —repuso él, tan brusco como pudo. De pronto su carácter había cambiado y ella se echó atrás, desconcertada—. No quiero nada de ti, no somos amigos ni lo seremos. Consíguete una amiga y no me hables más.

Había visto los ojos grises de Jill humedecerse, de modo que se dio la vuelta para buscar a sus amigos.

No soportaría verla llorar.

La rápida mirada que Ciro Santos le había echado a Jill le advirtió que no podía darse el lujo de hablar con cualquier muchacha en la escuela.

Si Ciro estaba con su hermana y no con Marta, era porque sabía quién le importaba más a Dave. Construir una amistad con una muchacha como Jill significaba atraer a Ciro hacia ella, y lo último que Dave quería era que Jill acabase como Nora.

Tuerta.

Dave había evitado a Jill toda la semana, convenciéndose de que pertenecían a mundos diferentes, y pronto descubrió que ella tampoco lucharía ni siquiera por mirarlo.

Aquel sábado se quedó en la cama hasta las dos de la tarde. No había desayunado porque era demasiado vago como para bajar a la cocina a beberse una taza de leche, así que esperó a la hora de comer.

Había escuchado la puerta de casa cerrarse a las nueve, por lo que supuso que Cristina había salido con Ciro.

Su hermana se asfixiaba en casa y no quería estar en casa si el novio de su madre no trabajaba, por lo que Dave no la detendría.

A las dos bajó a comer. Vio a su madre en el sofá de la sala de estar, con su novio, viendo algún programa que Dave no reconoció. Desde la cocina le preguntó qué había de comer.

—Si tienes hambre, pide pizza —replicó su madre, sin moverse.

Dave había comenzado a aborrecer la pizza. Por tanto abrió la nevera y sacó la crema de cacahuete, mordiéndose la lengua para no contestarle.

No había puesto el pan todavía a tostar cuando la puerta principal se abrió y él se volteó por inercia.

Su hermana.

No le hubiera dado importancia si no la hubiese visto llorando. Sollozaba vehemente, tanto que su madre se incorporó a toda velocidad.

Dave se acercó también, aunque su madre ya hubiese abrazado a Cristina. Los ojos verdes de Cristina, hinchados de llorar, lo miraron por encima del hombro de su madre, enojados, y Dave, sin saber qué había ocurrido, se sintió culpable.

—¿Qué pasa, cariño? ¿Por qué lloras?

Cristina temblaba, lívida y muda. Traía las mejillas bañadas en lágrimas y los labios rojos como el carmín; sus flaquísimas piernas tiritaban, débiles, dándose la una contra la otra.

Dave posó una mano en el hombro de su hermana y ella se apartó, apretujándose más contra su madre.

—Dave, vete a tu cuarto. Tengo que hablar con tu hermana.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora