Su castigo

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Mi historia no tiene un principio, como tampoco tiene un final.

Siempre he existido, de la misma forma que siempre existiré.

He visto nacer y morir mundos, y tantas civilizaciones como estrellas hay en el firmamento. E incluso más de las que se perciben a simple vista.

No soy vieja, y el término "antigua" se me queda corto.

Soy la única constante, y también inevitable.

Mi trabajo es muy sencillo, aunque haya seres que digan lo contrario.

Unos me odian, otros me veneran, todos me esperan. Me rezan para que acuda o para que otros me paren.

Y deseo hablar de esto último, de cuando rezan a dioses y demás seres "inmortales" para que me paren.

No suelo mediar con ellos, suelo ignorarlos. Sus acciones no me conciernen mientras no rompan la única regla que tengo, la única ley.

La muerte es mi reino. Sólo yo decido ampliar o acortar una vida. Sólo yo.

Y, pese a ello, siempre hay alguien que intenta romperla, rodearla o ignorarla. O que acude a mí, suplicando.

Muy pocas veces consiguen engañarme. Muy pocas veces encuentran la forma de pasarme por encima y obligarme a tomar una decisión. Y, cuando ocurre, todas y cada de esas almas han sabido de mi ira.

Lo que me lleva a un día, en un momento como otro cualquiera, sin nada digno de mención, cuando me presenté frente a uno de esos seres supuestamente "inmortales", cuya vida me llevaría, como ya hice con tantos antes.

Recuerdo sus facciones teñidas de sorpresa al verme. Como si fuese posible engañarme y que no me enterara, como si no fuese a reclamar el alma que me habían negado.

Recuerdo su incomodidad por mi presencia, y la saboreo aún.

Había oído su nombre, susurrado entre las sombras, temido y, en ese momento, era él el que susurraba el mío con miedo:

- Lexa.

- Sabes a qué he venido.

No era una pregunta. Ambos sabíamos qué hacía allí.

- Me engañó, no pude rechazar el trato -responde el tan temido Satán- Me engañó y no sé cómo romper el contrato firmado.

Una reunión nada productiva, una reunión sin finalidad de la que me fui en ese instante, buscando al ser cuya muerte debía reclamar en unas semanas pero que se había prorrogado hasta el fin de ese mundo.

Le observé, buscando mi venganza, buscando su castigo.

Le observé, día tras día, y descubrí su interés por otra alma, un interés romántico del que yo podría sacar partido.

Su castigo, vivir en solitario esa vida tan larga que, con engaños, había conseguido.

Por eso seguí observándolo, esperando al mejor momento para arrebatarle a sus seres queridos o, en su caso, esa joven de rubia cabellera que tanto le importaba.

La misma joven que me sorprendió preguntándome si necesitaba algo, una de las tantas veces que seguía al embaucador, en medio de una cafetería medio vacía, cuando él se alejó para ir a los aseos.

La misma joven que ocupa ahora un espacio en la corta lista de seres capaces de sentir mi presencia, de verme, aún cuando no lo pretendo.

La misma que, tras responderle que no, me preguntó si realmente era yo.

Sí, esa joven eras tú, Clarke.

- Le sigues -dijiste.

Y yo te observé, intrigada al descubrir que no había miedo en tu tono de voz, en tu postura, en tus preciosos ojos.

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