— Arthur, ¿Me perteneces? — Sus ojos azules están enrojecidos por el llanto. Su pecho bulle dolorosamente, por la rabia y la impotencia.
Los maldecía. Maldecía a sus padres desde el fondo de su alma.
¿Cómo era posible?
¡¿Qué cosa maligna ha hecho contra ellos como para que quieran arrebatárselo?!
Las pupilas verdes observan por unos segundos a otro sitio: el manzano. El grueso y frondoso manzano, que siempre ha estado junto a ellos y que ahora les da sombra en esa calurosa tarde de verano.
El jardín está vacío, totalmente vacío. No hay pájaros, ni esos pequeños hombrecillos que tenían la mala costumbre de otear por lo matorrales, con sus malignas sonrisas.
Nada.
No quiere mirarlo llorar, porque en su tribu, era una muestra de debilidad. Verlo resulta como una ofensa a su amo.
Pero a Alfred, parece no importarle en lo más mínimo que sus lágrimas corran frente a él.
Las manos bronceadas le aprietan fuertemente los brazos, con desesperación. Llega a doler, porque el chico no es capaz de controlar su fuerza. Duele, realmente duele.
Pero Arthur no reclamará.
― Sí amo, le pertenezco.
― ¡¿Cuándo será el maldito día que me tutees?! ― Lo zamarreó mientras la angustia se hacía cada vez más patente en su voz. Alfred se aferraba a la camisa blanca que le había regalado tiempo atrás. Como todo lo que tiene.
El joven de piel más clara y cabello color del trigo parecía estar resignado. Resignado a todo cambio, a toda orden.
Su vida hace mucho tiempo dejó de ser vida.
― Sí, te pertenezco ¿Eres feliz, Alfred? Te pertenezco porque me entregaron a ti ― Respondió con cierta amargura. Nunca se iba a resignar a dejar de ser libre.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Alfred. Adoraba cuando Arthur pronunciaba su nombre.
Alfred podía escuchar día y noche la voz en los labios de Arthur sin cansarse. Nunca, era como un arrullo, un aliento, la voz de la vida y del amor.
El muchacho americano se quedó en silencio por unos cuantos segundos, pensando en algo.
Cada uno tenía un alma. La iglesia y su madre se lo habían enseñado de pequeño. Cuando uno muere, su alma se iba al Cielo o al Infierno a cumplir su descanso o sufrimiento eterno.
Alfred quizás estaba siendo demasiado egoísta, y quizás un enfermo dependiente, pero la idea de separarse de Arthur, sea donde fuese, le hacía querer vomitar.
Su padre, tras golpearlo, le gritó que todos esos sentimientos insanos lo arrastrarían a lo más profundo del infierno y que su alma se iba a quemar hasta el fin de los tiempos. Que su alma iba a rogar por piedad, llorar por perdón.
No entendía que maldad había en querer a Arthur. No podía comprender que pérfido o torcido podía resultar querer a alguien.
¿El amor no es algo puro?
Además... Estaba seguro de que Arthur se iría al Cielo.
La idea de que la muerte lo separase, lo enloquecía. No podía. No podía separarse de Arthur. Ni siquiera muerto.
Así que decidió preguntar.
― ¿Y tu alma? ― En el fondo temía la respuesta ― ¿Tu alma es mía?
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Supermassive Black Hole
FanfictionTener de esclavo al superviviente de una extinta tribu celta es algo exótico. Problemático es además enamorarse de él. Pero a él no le importa porque, acabará con quién se interponga entre ellos. Sin importar de quién se trate.