IV. ARRASTRADOS POR EL ALUVIÓN

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Se escuchaba el crepitar de las llamas. Escondidos como estaban dentro de esa gruta oscura y estrecha, puede por fin respirar con un poco de calma. Arthur suspira, recostándose en la pared fría y húmeda que el fuego no es capaz de entibiar.

Los comentarios de la gente, insidiosos y más leyendas que verdades, le hacen preguntarse cómo han terminado tergiversando su imagen, creyendo ver a alguien que realmente no es.

Alfred está recostado en la tierra, en el sopor de la enfermedad. El rostro lo tiene ardiendo y unos pocos temblores recorren su cuerpo. Arthur se regocija con cierta maldad porque se lo merece. Fue su cadena de errores que los metió a ambos donde estaban, ocultándose como criminales.

El amo y señor comenzó a toser, ahogándose. El perro guardián se acercó, cogiéndole el rostro con sus manos y susurrando palabras en un idioma inentendible y milenario. Alfred luchó por abrir los ojos, perdiendo la batalla.

Las manos de Arthur vibraban sobre la mejilla ruborizada. Un frío comenzó a recorrer el cuerpo más grande, hasta que detuvo sus movimientos.

Un suspiro final.

¿Qué harías si yo no existiera? ― Gruñó. Tristemente, ya por la costumbre o por esa cadena que los ataba, no podía imaginar una vida donde no estuviera unidos. Así que comprendió que lo más probable es que si él no existiera, su amo también dejaría de existir.

En este plano, claro está.

Monstruos.

Hicieron un pacto con el diablo.

Hechiceros peligrosos. Imposibles de matar.

Arthur consideró que quizás en otra parte eran inmortales, otorgándoles a esos humanos una pizca de razón.

Pero esa gente es estúpida. No sabría la verdad incluso si les bailara en la nariz ― Murmuró.

La cicatriz de su brazo apagó su brillo cuando se separó del hombre enfermo.

El celta, con sus ojos enigmáticos, volvió a su sitio, vigilando.

Arthur (17 años). Cueva de Los Lamentos.

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Capítulo 4: "ARRASTRADOS POR EL ALUVIÓN"

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Está quieto en su sitio. Alfred alza una ceja y ha dejado de sonreír. Parece que no esperaba esa reacción.

Arthur mira las prendas en su cama. La nueva tanda de regalos, si es necesario agregar.

― ¿Qué tiene que no te gustan? ― Reclama por el silencio. Arthur no sabía cómo explicarse.

― No... No es eso. Es que... muchos, son muchos ― Y que no estaba acostumbrado a la idea de ser atiborrado de chucherías y menos en su situación. Ya llevaba más de seis meses en las manos de ese muchacho y seguía sin acostumbrarse a sus ritos y actitudes.

Cabe destacar que tras ese desagradable evento con esos asesinos, Alfred ha estado más cargante. Arthur no conocía la palabra dependencia, pero si lo así fuera, habría pensado que su dueño era cada vez más dependiente a él. Y más generoso, al punto que llegaba a abrumar. Tiene deseos de preguntarle el por qué, por qué le gusta darle tantas cosas si no las merece.

Alfred carcajeó.

― ¡No seas tonto! ¡No aceptaré un no por respuesta solo porque son muchos regalos! ¡Acéptalos! ― Y lo último suena casi a una orden. El celta de nuevo mira los pantalones, una camisa de dormir, galletas y lo que había conseguido hacerle brillar los ojos: flechas y un arco. Los toma, admirando la pulcritud y el cuidado en su fabricación.

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⏰ Última actualización: Jul 25, 2018 ⏰

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