Érase una vez
Un niño, una frágil flama pequeña.
Aquel niño iba por un bosque
Encontró un claro no tan claro,
Quiso acurrucarse a la orilla de aquel claro
Para que pudiera tomar sus llantos
Quiso tanto que le dio miedo de que sea un espejismo,
Tuvo miedo de que desapareciera en un parpadeo.Se sentó y dejó que el claro se llevara unas pocas gotas,
Se detuvo porque no quería aferrarse a algo o mucho peor a alguien,
Así que se levanto y sin decir adiós se perdió entre el espeso bosque.
Así que tomó valor y justicia propia y decidió tragarse sus propias lágrimas
Antes de seguir dándoselas a aquel claro que lo acogió.Mientras tomaba un nuevo camino
Algunas gotas cayeron detrás de él
Dejando un rastro de desentendidos.
Por cada cuatro pasos, una gota dejaba.
Por cada gota dejada, se sentía frustrado.
¿Se estaba dejando ver sin darse cuenta?
¿Se estaba mostrando cómo en realidad era?
¿Quién podría quererlo así?
¿Quién podría aguantarlo sin llegar a sentir que es un mártir?
¿Quién? Se preguntaba mientras seguía el sendero sin destino
Creyendo que algún día, en algún momento lo encontraría
Pero hasta que llegue, prefería callar en lugar de hablar
Y reír a carcajadas en lugar de llorar,
Entonces, decidió no decir nada, no sentir nada.
Eligió callar en lugar de sufrir.