Sábado.
Por fin, después de una tormentosa semana, llego el día más esperado, el sábado.
Pero si creen que los sábados son libres de Perrie, se equivocan, porque la rubia no abandona sus pensamientos aún siendo fin de semana y estando en el parque, observando un concurso que hacían unos niños.
Era un día aburrido y no saldría hasta la noche, sin nada más que hacer por el momento, salió hasta el parque de unas cuadras.
Jade estaba estresada, quizás un poco agobiada, la vergüenza del día anterior nunca la olvidaría, perdón había dicho el chico con esa sonrisa suya.
Como es de esperar, Perrie estuvo de su lado y lo defendió, justificando que Jade se cruzó en medio del camino.
Y era verdad, pero ella sólo quería intentarlo de nuevo, lo cual terminó con ella bañada en frappé.
Se trago sus palabras y los celos además, porque se moría interiormente cada vez que la veía con él.
Sintió el bolsillo vibrar y sacó su teléfono, revisó las notificaciones y abrió una específicamente, la de su rubia.
“Es hora de sacar a este chico a pasear”. Había puesto como pie de la foto, donde aparecía ella vestida con una blusa manda larga negra y unos jeans claros, abrazando una pequeña bola de pelos color marrón.
Todo se descontroló cuando observó la ubicación, el mismo parque que estaba ella.
Y en eso se basó su tarde del sábado, seguir mirando de lejos lo que nunca sería suyo.
Lo peor de todo es que sintió enamorarse también del canino que jugaba a su lado.
Perrie sólo tenía una ligera capa de maquillaje, así que descubrió unas pecas por su nariz y mejillas, con la melena rizada y un gorro igualmente negro. Lucía tan bien, tan cómoda y se preguntó cómo lo hacía, ella personalmente se estaba muriendo del calor en su delgada franela, pero al parecer, no tenía problemas para verse bien, no tenía ninguna señal de sudor o de que estuviera acalorada dentro de aquellos pantalones y esa blusa que apenas la dejaban respirar.
O tal vez eran sus ojos los únicos que se fijaron en lo bien que sentaba su trasero.
—Jade—sintió su nombre ser pronunciado con diversión, se dio cuenta de que le estaba hablando.
—¿Qué?—pestañeo, sintiéndose terriblemente avergonzada.
—¿Puedes pasarme la pelota, por favor?
En ese momento notó que el juguete cayó dentro de sus piernas cruzadas y sonrió antes de lanzar la pelota, el perro animadamente la siguió.
—Parece que le agradas, ¿Por qué no vienes a jugar un rato?
Y sí, compartió por primera vez más de una palabra con su rubia, por ese día, pudo sentirse segura y ser ella realmente.
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