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Junto a las dos semiconocidas de mi clase de Psicología General estaban otras tres personas mirando en mi dirección; supuse que tambien eran del mismo grupo. De mano en mano, llegó hasta mí una lista en la que se me indicó que anotara mi nombre y mi matrícula, se la pasé al chico que acababa de entrar al aula y luego terminó la clase. Me fui tranquila a casa; había conseguido anotarme en un grupo.

Al día siguiente, el maestro solicitó los nombres de los participantes de cada grupo, entonces, una de las semiconocidas pasa una hoja hacia adelante y me dice que anote mi nombre y matrícula.

-No me anoté en esta la lista ayer? -pregunté.

-Hay que hacer dos listas, una para entregarla al maestro y la otra para tenerla en el grupo.

Terminé de hacer lo que se me pidió y llevé la hoja al escritorio del profesor. Luego, hablamos sobre la exposición que teníamos de la clase de los sábados.

Continuamos hablando hasta que algo llamó nuestra atención.

Una estudiante se quejó de que no había grupo que la incluyera; todos atencionamos. Mientras la veía hablar y tomar valor para decir que nadie podía incluirla en un grupo, pensaba en que de no haber encontrado grupo a tiempo, hubiera sido yo la que estuviera en esa situación.

-Es imposible -dice el maestro-. Tengo el total de estudiantes, la cantidad de grupos y el número de integrantes en cada agrupación; nadie puede quedar fuera.

-Y yo, qué? -interrumpe la chica.

-Entonces, joven, ningún grupo puede estar completo.

Se empezó a contar el número de estudiantes anotados en cada una de las 6 hojas que estaban sobre el escritorio del maestro, se comparó el total contado con el total en la lista de alumnos y, sorpresa, todo estaba perfectamente bien, el resultado era el mismo en todas las veces que se comparó.

"Ja, ja. Y ahora?", dijo un estudiante.

"Nos pasaremos la hora entera contando para tener el mismo resultado...", murmuró otro.

"Cancele la exposición y regálenos esos puntos", bromeó otra persona.

Los estudiantes seguían comentando entre ellos y yo sólo pensaba, pensaba en las típicas cosas que pienso cuando tengo una clase con Ismael. Él estaba sentado muy lejos de mí, cerca de la puerta, pero aún así, con todas las personas en el medio, el escándalo de las bocas incerrables y las risas incontrolables de momentos repentinos, lograba verlo, por lo menos lograba verlo.

"Seis por cinco son treinta, mas estos de acá y los otros de allá...", calculaba el profesor. Nosotros esperábamos, desde nuestros asientos, la solución al problema.

La chica que se quejó de no estar en grupo se encontraba de pie, junto al escritorio del profesor, de brazos cruzados, expectante y con los ojos en los papeles.

ENAMORADA EN SILENCIO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora