–Idiota.
La chica no se detuvo mucho tiempo a ver como Abraham se iba. De una manera casi instintiva se puso sus audífonos y sacó las llaves de sus bolsillos. Entre varias de las llaves y media canción, logró entrar al café que aun cerrado, almacenaba algo de vida.
La madera con un aire de antigüedad inundó su visión en el momento que encendió la luz del pasillo. Una enredadera la guiaba a la única puerta de dónde provenía luz en la soledad de la oscuridad y allí se detuvo. Miró a un hombre bastante delgado, su tío, el dueño del café, colgando sobre las ventanas unas cortinas delicadas y con detalles dorados sobre su acabado mate grisáceo. Al sentir los pasos de la chica, se da vuelta y le habla. Alba, al tener los audífonos puestos, solo pudo ver el movimiento de los labios.
–¿Cómo? –preguntó la joven dejando los audífonos en sus manos.
–¿Cómo se ven las cortinas? –dijo el hombre echándoles otro vistazo.
–Es demasiado gay que me preguntes eso –respondió entre risas.
–No es lo más heterosexual que he dicho, pero da igual. ¿Cómo se ven?
–No sé de cortinas.
–Bien, mal. Lo que sea. ¡Di algo!
–Están bien, supongo.
–¡Gracias! –agradeció el hombre con un gesto exagerado, bajándose de la silla en la que estaba parado–. Ya me puedo ir.
–¿Cuánto tiempo llevas con las cortinas?
–No me decidía.
–¿Cuánto demoraste en decidirte?
El hombre tomo colgó su delantal en la habitación contigua a la cocina. Al regresar, venía con un abrigo azulado que parecía engordarlo.
–Más de lo que me gustaría admitir –le dijo frente a frente a su sobrina mientras tomaba las llaves que estaban en sus manos–. Que duermas bien, Alba.
–¿No puedes quedarte otra noche?
–Tu mamá ya está dormida. Mi esposa está enojada. Debes entender...
–Sí, si –respondió bruscamente y bajó la mirada frustrada–. Buenas noches.
El hombre se dirigió hacia la puerta con las llaves en mano, y ya con medio cuerpo fuera del café le pidió una última cosa:
–Recuerda apagar la luz, ¿vale?
–Si.
Al cerrar la puerta, al dejar de oír el sonido de las llaves, el lugar murió. El único vestigio de que las palabras lo mantuvieron con vida fue la luz que olvidó apagar. Y la calidez duró hasta que el recuerdo se disolvió lentamente en la realidad. Apagó la luz y ya no vio otra razón para encender las demás luces de una casa que ya se conocía de memoria.
Subió las escaleras con cuidado y se dirigió hacia su habitación entre el silencio que ya no le gustaba. Le recordaba demasiado a la muerte, a la nada, a lo que hubo en algún momento y ahora ya no existía más que en recuerdos. Recuerdos patéticos. Así los llamaba.
Caminó unos pasos más allá de su habitación para ver a su madre, casi al fondo de todo. Cada paso le recordaba el temor que no existía solo en la visión, sino en cada incomoda sensación. El silencio. El olor a alcohol que si bien no estaba ahí ahora, todo le hacía imaginarlo. La noción de una noche de la que quizás no hubiera amanecer. Abrió la puerta, ralentizando su movimiento por cada rechinido de las bisagras creyendo que la despertaría, hasta que el rechinido ya no importó y pudo entrar con toda libertad. Vio el cuerpo seminconsciente bañado por las franjas de las persianas por donde la luz anaranjada de las calles penetraba. Vio el fino contorno de su cuerpo esparcido por la cama como una figura abstracta cargada de ansiedad estática. Vio su mano temblando en discordancia con la indiferencia que trataba de hacerse sentir, habiendo tomado del suelo el frasco de pastillas para dormir que estaba casi vacío. Vio a la mujer nuevamente y le reprochó su miserable estado con lágrimas en los ojos:
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Regenbogen Augen Maiden
FantasíaAbraham Van Kleiz es un chico que no sabe que quiere para su futuro. No confía en nadie, ni siquiera en si mismo. Sin embargo, siempre soluciona y niega todo con una sonrisa y su actitud positiva. Todo esto cambiará cuando una herida profunda busqué...