Oscuridad

28 0 1
  • Dedicado a Casa de Don Juan Manuel
                                    

Mi vida estaba llena de fracasos desde niño, pues quedando huérfano me adoptaron mis tíos, los cuales estaban metidos en la vida de la delincuencia. No me gustaba estudiar ni trabajar, por cual tomé el ruin ejemplo de mis tíos y me di al robo y algunos vicios más. Mi fracaso no termina ahí ya que a decir verdad ni siquiera el acto de robar se me daba bien y en poco tiempo ya me había metido en un par de problemas con policías e incluso se me daba tan mal el robar que un par de veces atraque a unos colegas de la misma labor. Vivía recorriendo las calles que rodean el Zócalo capitalino en busca de turistas o gente descuidada. En conclusión mi vida era un fracaso que apenas podía rentar un cuarto en una casa dañada por el tiempo con  mensualidades atrasadas.

        Un día escogí para mis atracos un revolver, no lo usaba con frecuencia por que como he dicho anteriormente me faltaba bastante el dinero y no me alcanzaban para las balas  pero como me encontraba con grandes deudas debía usarla. Vigilé las calles  desde que empezó el día pero como era de esperar no logre nada. Dio el ocaso y yo no había conseguido nada por lo cual pensaba asaltar a la primera persona que me encontraba. A las 10:40 de la noche encontré a un hombre vestido anticuadamente y que parecía de vista perdida, me le acerqué y le apunté al pecho mientras le daba órdenes de darme todas sus propiedades. El hombre no tenía expresión alguna solo se volteó y escuchaba todo lo que le ordenaba.

—No lo hagas o te arrepentirás— dijo el hombre con una voz débil y que me hizo sentir un ligero escalofrió.

        Por obvias razones hice caso omiso y seguía amenazándolo. De pronto un fierro cayó soltando un ruido irritantemente agudo haciendo que mi cuerpo tuviera una ligera contractura haciendo accionar mi arma. Le había disparado al anciano, lo había asesinado, nunca había matado a alguien.

—Te lo advertí— dijo el hombre mientras salía sangre de su pecho y esbozaba una ligera sonrisa dejando descubierta una parte de su amarillenta dentadura.

        Las luces del farol se apagaron y dominó un gran silencio y oscuridad que pareciera si me hubiera desmayado. Atemorizado de lo que había hecho corrí por todas las calles que podía divisar, pero por cada calle que me pasara cesaban todas las luces, no importaba que hiciera o a donde fuera pues  la oscuridad me seguía y dominaba mi camino. Corrí al cuarto donde vivía y me quedé inmóvil en mi cama prendiendo toda luz posible que a decir verdad por los horripilantes hecho solo me fie de la luz que emitían dos velas. Mire mi reloj y daban las 10:50 de la noche, cada minuto se hacia eterno hasta que a las 10:53 se apagó una de mis velas y con tan solo un minuto de diferencia cesó la otra. Aterrado salí a la calle, desafortunadamente me di cuenta que todas las calles estaban inundadas de una profunda oscuridad. Corrí tropezando diversas veces hasta que encontré una calle con una luz, temerosamente me acerqué a esta. Era la misma calle de donde había ocurrido el desastre con el anciano, observando a mí alrededor divise la silueta de un hombre, era la silueta del anciano que se  iba acercando lentamente.

A las 10:59 la silueta del anciano se acercó a tal punto de  iluminar su calzado. Me había quedado inmóvil pues por alguna razón no quería caminar a alguna otra parte. Observaba como tétricamente la silleta del anciano se iluminaba, cuando la luz llegó a la altura del torso observé aterrado el brillo que reflejaba un cuchillo en la mano del anciano. Para cuando estaba apunto de iluminar el rostro del anciano sonó mi reloj marcando el comienzo de una nueva hora e instantáneamente la luces cesaron. En esa oscuridad pude sentir el largo y frio  filo del cuchillo del anciano dentro de mi.

Relatos del subconscienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora