10. Entrenamiento

13 8 0
                                    

El sol cegaba y había todo un mundo bajo el agua. Ríala fue consciente de ambas cosas, cuando por fin sus pies tocaron la tierra volcánica, y su cabeza salió a la superficie. La luz de inmediato lo invadió todo a su alrededor y apenas pudo ver a la gente que venía a recibirle, del mismo modo, que hacía menos de un día era incapaz de atisbar con claridad bajo la superficie.

—¡Ríala! —le llamó la familiar voz de su madre—. Cara keta eli malavatei.

Se quedó quieta, obediente, esperando a que su madre le ayudase. No había mucho más que pudiera hacer. Cerró los ojos con fuerza. Estaba inundada de un blanco cegador y le dolía. A su alrededor se aglomeraban las voces a medida que todos los niños salían del agua. Pero no pudo reconocer la del extraño ser que le había ayudado. Unas manos la tocaron. Al parpadear, pudo distinguir la forma de un rostro, cuando este bloqueó parcialmente la luz. Entonces, un manto negro cubrió todo a su alrededor y, por fin, recuperó la vista.
Su madre la contemplaba con una sonrisa de orgullo en el rostro y, aunque ahora podía distinguir sus rasgos con claridad, seguía viéndose diferente a cómo lo había hecho tan solo unas horas antes.
Ríala se llevó las manos a la cara y rozó la tela negra que la cubría. Llevaba un velo negro, grueso, como el que la mayoría de mara portaba en los días calurosos en los que el cielo no estaba ceniciento. Le había parecido casi imposible ver a través de algo tan espeso. Sin embargo, ahora distinguía con claridad lo que había al otro lado. Los tambores del pueblo comenzaron a sonar de nuevo, recordándole que no estaba sola. La gente gritaba y reía, abrazaba a sus parientes y ofrecía alimentos a los recién nacidos.
Su prima, Amkira, no muy lejos de ella, bebía jugó de un cuenco. Cuando sus ojos se encontraron a través de sendos velos, Ríala notó que el iris y los párpados de Amkira habían cambiado. Se asustó por un momento. Había tenido los ojos oscuros, casi negros, y ahora eran de un color turquesa, mientras que sus párpados estaban hinchados y enrojecidos de forma desagradable.
No era la única. Al mirar a su alrededor, comprobó que los demás niños estaban en un estado similar. ¿Tendría ella la cara igual? Se dio cuenta de que sus ojos palpitantes, aunque no le dolían. Quiso sentirlos, pero su madre la detuvo.
—No te lo toques —le dijo —, te dolerá. Vamos, hay que celebrar tu nacimiento y tienes que contarme con qué nombre te han bautizado.
Los tambores sonaron toda la noche, mientras los mara saltaban y bailaban al rededor del fuego y se lanzaban al agua marina.
La celebración del nacimiento, fue algo que Ríala jamás olvidaría. No solo, por el manjar que les esperaba, o las gotas que sus abuelos le divertían en los ojos cada vez que estos comenzaban a escocer. Aquella fue la primera vez que vio a alguien practicar magia.
Al final de la noche, la música y los bailes se detuvieron y ya solo quedó la percusión, retumbando suave, al ritmo de los corazones silenciosos de todos los presentes. Entonces, una mujer mayor salió de entre el círculo que se había formado y se acercó al fuego. Con una voz suave comenzó a cantar una melodía, narrando una leyenda sobre el gran monstruo marino que aterrorizaba antiguamente a los mara. Y como Talir fue bendecido por la gran madre con ojos de fuego. Y al renacer, fue capaz de vencer a la bestia.
Mientras la anciana cantaba, sus ojos brillando de extraña forma, el fuego dibujó las escenas que ella relataba. Cuándo otras voces se le unieron en el coro, Talir salió del fuego y luchó contra la bestia roja delante de todos. Los tambores subieron el ritmo y Ríala se encontró uniéndose al coro. Solo cuando Talir clavó su arpón en la bestia volvió el silencio. La criatura de fuego explotó, sus cenizas se elevaron en el aire. Varios niños vitorearon y ella supo que lo que había visto era magia.

* * *

Gáhamon soltó todo el aire de sus pulmones cuando cayó sobre la tierra seca. Le dolía el pecho, los brazos, las piernas. La boca le sabía a metal y cuando escupió, juró que había un tono rojizo en su saliva.
Debía levantarse, pero no quería. Las lágrimas caían por sus párpados y no deseaba que nadie las viese. Su padre estaría furioso si le viese en semejante estado. Como sucesor al trono no debía mostrar ninguna debilidad.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 22 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Detrás de un velo rojo  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora