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Dulce se miró el brazo apoyado sobre la camilla, con una vía intravenosa puesta. Y se pasó la mano libre por la frente mientras contenía el llanto. La maquinita a la que estaba conectada pitó al subir sus pulsaciones y la cortina del box se abrió inmediatamente.

—Cariño, tienes que estar tranquila. El médico no tardará en volver —le dijo su padre, pasándole una mano por el pelo.

Dulce cerró los ojos, solo quería desaparecer. Que la fulminara un rayo en ese mismo instante. No había necesitado anestesia para que le cosieran los múltiples y pequeños cortes en brazos y cabeza, pero el dolor de su corazón era insoportable e intratable. La agonía la estaba consumiendo y solo quería gritar.

Cada vez que cerraba los ojos, a su mente regresaban Christopher y Verónica besándose ante ella. Sacudía la cabeza y entonces lo oía decirle que la quería. «¡No, no podía quererla!». Y menos después de saber que era un monstruo. Todos los de la fiesta la habían visto atravesar, como una estúpida, aquella maldita puerta. Y salir de allí corriendo como si no hubiese sido nada. Recordaba sus caras aterradas. La expresión incrédula de Christopher y Zora. Se giró en la camilla encogiéndose en posición fetal, para volver a llorar. «¿Por qué había pensado que podía tener una vida normal? ¿Por qué se había dejado llevar por el espejismo de aquella felicidad efímera y tan frágil como el papel?»

El corazón de Graham se encogió al verla sufrir de aquella forma. A su hija no le dolía el cuerpo sino el alma. Volvió a sentir la impotencia de no poder protegerla. Lo que ella sentía no se podía curar con unos puntos y un par de tiritas. Acarició su espalda, sintiendo bajo su palma la convulsión de su cuerpo. No sabía lo que le había pasado esa noche. Pero ella no lloraba por una maldita puerta de cristal. ¿Y si su madre, finalmente, tenía razón? ¿Y si su hija no estaba preparada para el mundo real? ¿Estaba siendo un egoísta buscado normalizar su situación, cuando la empujaba a vivir como una persona normal?

—Doctor Dawson, ¿tiene ya los resultados de las placas? —oyeron ambos que Robin se dirigía al médico.

—Enseguida vuelvo —aseguró Graham a su hija para acercarse a su mujer y hablar con el doctor.

El médico los miró a ambos y después sacó las placas que acaban de hacerle.

—A su hija la protege un ángel, no hay duda de que ha tenido mucha suerte. No hay signos de derrames internos, ni de conmoción. El golpe en la cabeza ha sido fuerte, pero solo tiene la herida de la frente y los cortes en brazos. Lo más sensato sería que permaneciese esta noche en observación...

—Acaba de decir que no hay signos de contusión —lo interrumpió Robin. —Sí, así es... pero nunca se sabe...

Robin miró a Dulce y esta negó con la cabeza.

Los Días Grises y Tu MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora