Capítulo 3: trastornos alimenticios

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Les comentás algo y están con el celular. Los retás y están con el celular. Contás un chiste y están con el celular. Tomás lista y están con el celular. Pasan más tiempo prestándole atención a la vida que quieren que a la vida que tienen. Construyen algo que no son y se dejan influenciar por otro alguien que también está fabricando su vida bajo un arroba y muchos filtros.
Está todo más que bien, cada uno con su mambo y yo tampoco estoy a salvo de la farsa que trae la tecnología, pero que estén con el celular mientras estoy enseñando Sócrates, no. Eso sí que no.
—Berta, ¿hay algo que quieras compartir con la clase? —pregunté tratando de no sonar duro.
—No —contestó Berta un tanto avergonzada.
—Entonces te pido que por favor guardes el celular, ¿si?
La clase siguió normal pero en los últimos minutos la vi agarrar nuevamente el aparatito.
Disimuladamente caminé por el pasillo que había entre los bancos y alcancé a ver en el celular de Berta algo que me llamó mucho la atención: estaba stalkeando —¿se dice así, no?— una cuenta de Instagram cuyas fotos eran exclusivamente de jóvenes con cuerpos casi esqueléticos, sin grasa ni masa muscular.
Al finalizar la clase le pedí que por favor se quede un segundo conmigo.
—Noto que últimamente te está costando mucho concentrarte en la clase. Sé que Filosofía no es la materia más divertida del mundo para los adolescentes pero antes no eras así.
— Perdón —se limitó a decir.
—Estás más flaca.
—Gracias.
—No, no es un halago. Estás demasiado flaca. Si seguís así vas a terminar con un estado para nada saludable.
—Pero yo quiero seguir bajando de peso.
—Me di cuenta —dije— te vi stalkeando una cuenta rara de Instagram cuando pasé recién por tu banco.
—No le tengo que dar explicaciones sobre las cosas que hago o quiero con mi cuerpo.
—Yo sólo quiero ayudarte, Berta.
Se quedó callada por unos segundos. Se le notaba el esfuerzo que estaba haciendo por no llorar.
—Mis primas me dijeron que estaba un poco excedida de peso y no me quieren prestar su ropa para salir.
—Vos te tenés que sentir bien con vos. A ellas deciles que dije yo que son unas estúpidas.
Se rió. Se secó las lágrimas.
—Gracias —duji colgándose la mochila al hombro.
—De nada, Berta. Y no te preocupes. Esto también pasará.

Profesor Merlí: Esto también pasaráDonde viven las historias. Descúbrelo ahora