Capítulo 9

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Estúpida, se sentía estúpida, y, a la vez, aliviada. No sabía la de veces que había tenido que lidiar con la manía que su madre tenía de abrirle las heridas, de recordarle todo lo que había perdido, y, rodeada de aquella brisa fresca, de aquellos campos y aquel rincón con el columpio colgado de un roble, las heridas escocían más que nunca. Como si el corte estuviera recién hecho, y alguien hubiese decidido que era una buena idea aderezarlo con un poco de sal. Se sentía estúpida y a la vez aliviada porque, detrás de ese momento de flaqueza, había estado Clarke Griffin.

Clarke Griffin que, en medio de la madrugada de un sábado cualquiera, había dejado atrás el barullo de algún club en Portland, tan solo unos minutos, para calmarla a ella. Su tono suave y empático había sido suficiente para dejar atrás los "es normal que te duela, Lexa, pero deja que lo veamos y te ayudemos" de su madre. Porque es que no se podía permitir el lujo de derribarse, no cuando tenía un pequeño con sus ojos del que cuidar, pero sabía que, con aquella chica, aunque fuese durante unos segundos, podía hacerlo.

No era la primera vez que su madre le decía aquellas palabras. Casi se había convertido en un ritual cada vez que viajaba a verlos a Bend. Su incansable tono, que casi dejaba entrever la compasión que sentía por ella, mientras su padre repetía una y otra vez lo mismo: "Eleanor, déjala en paz". Quizá porque el hombre había perdido a su padre cuando apenas tenía seis años y su madre se quedó a cargo de él y su hermano pequeño de un año. Seguramente había visto pasar a su abuela por lo mismo que ella estaba pasando en ese momento y podía comprender, al menos parcialmente, lo difícil que le resultaba todo.

Luna le había dejado espacio después de la cena. Siempre lo hacía y ella no podía estar más agradecida de que su amiga supiese lo que necesitaba sin tener que intercambiar ninguna palabra. La chica se había quedado a cargo de Kyle mientras el pequeño dormía, y ella había salido a tomar el aire. Pasear por allí mientras las palabras de su madre seguían rebotándole en la cabeza le había devuelto al pasado y las heridas escocían aún con más fuerza si cabía, así que de un momento a otro se había encontrado con el móvil en la mano y marcando aquel número que la conduciría a liberarse de aquella presión en el pecho.

Se había quedado dormida minutos después de colgar, al volver a la habitación y, cuando se despertó por la mañana, ya poco o nada quedaba de aquello. Volvía a mirar simplemente por Kyle, y su afecto hacia cierta artista había crecido significativamente. Era demasiado temprano, pero aun así pudo oír movimiento en la planta inferior mientras descendía por las escaleras tras haber comprobado que Kyle seguía dormido. Se sentó en uno de los taburetes que rodeaban la isleta central en la cocina y esperó a que la mujer notara su presencia.

—¿Tostadas? —preguntó sin mirarla, mientras metía las rebanadas de pan en aquella mezcla de leche, huevo, azúcar y canela.

—Dos, por favor.

El silencio se instauró de nuevo tras ese breve intercambio de palabras. Ella no tenía ganas de volver a pasar por lo mismo, tan solo ese pensamiento le hacía querer volver a la habitación, coger su teléfono y llamarla de nuevo. Que su voz calmada le arrebatase la angustia una vez más, saber que pasase lo que pasara ella iba a estar al otro lado del teléfono, o detrás del mostrador de la cafetería, quizá en el sofá de su casa si aceptaba su invitación para cenar el próximo fin de semana. Clarke Griffin se estaba convirtiendo en su refugio y por primera vez, ese pensamiento le aterró un poco.

—Cuando eras pequeña siempre decías que querías cinco —comentó su madre, mirándola de reojo—. La primera vez, hasta que no te las hice, no dejaste de llorar.

—¿Y me las comí?

—Te comiste media, el resto se las comieron entre tu padre y Deryck —se rio la mujer, dándole la vuelta a las tostadas que estaban en la sartén, y ella soltó una pequeña carcajada también.

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