Capítulo 18

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Volvió al salón sujetando un plato con un sándwich de crema de cacahuete y mermelada en la mano y sonrió al ver que se había quedado dormida. Depositó el plato sobre la mesa que tenían frente al sofá y se arrodilló a su lado, justo frente a su cara, contemplándola con atención, y queriendo memorizar, una vez más, cada una de sus facciones. Desvió la mirada hacia su abultado vientre y una sonrisa aún más grande se apoderó de su rostro. Unos tres meses más y lo tendrían con ellas. Tres meses más y serían mamás.

—Juls... —susurró con suavidad al mismo tiempo que le acariciaba la mejilla para despertarla—. Cariño, ya tienes tu sándwich preparado.

Su mujer abrió los ojos poco a poco y ella volvió a sonreír en cuanto sus miradas se conectaron. No sabía si se debía al embarazo, pero le asombraba la facilidad con que se había quedado dormida, a penas había tardado diez minutos en volver y cuando se había levantado del sofá, Juliet seguía enfrascada en la película que estaban viendo. La ayudó a incorporarse y se sentó a su lado, observando cómo se frotaba los ojos con los puños de las manos.

—Lo siento, me he dormido —murmuró mientras se dejaba caer contra el respaldo del sofá y ella soltó una risita.

—¿No me digas? —preguntó divertida antes de estirarse para coger el plato que había dejado en la mesa unos minutos atrás—. Toma, tu sándwich.

—Oh, Dios, muchas gracias —contestó con los ojos iluminados antes de arrebatarle el plato de las manos y colocárselo sobre el regazo para comenzar a devorarlo—. Hacía años que no comía uno de estos, está increíblemente bueno, Lex —felicitó su difícil trabajo en la cocina y ella volvió a reír, besando su mejilla.

—Si ese pequeño come tanto como tú, creo que voy a tener que ir buscando un segundo trabajo —bromeó y se rio más alto cuando Juliet le pegó en el muslo con la mano que no sujetaba su merienda.

Le encantaban aquellas tardes de domingo en la que todas sus preocupaciones era acurrucarse en el sofá con su mujer y ver una película tras otra. ¿Había mejor forma de dar punto y final a cada semana? Ella creía firmemente que no.

—Oh, Lex —exclamó de repente y tuvo que mirarla cuando dejó el plato del sándwich de nuevo en la mesa y seguidamente cogió una de sus manos y la pegó contra su vientre—. Está peleón hoy —sonrió la chica de ojos azules y ella se quedó casi sin respiración al sentir aquellas pequeñas patadas contra la palma de su mano.

Hacía un par de semanas que los movimientos en el interior del vientre de Juliet habían comenzado y cada vez que ocurría, podía decir que se le paraba el corazón. No se creía aún que fuese a tener un hijo con el amor de su vida, y cada nuevo momento le llenaba de una felicidad que no era capaz de expresar. Miró a Juliet de nuevo, con una gran sonrisa adornándole el rostro y fue la chica la que acunó sus mejillas para unir sus labios mientras ella le seguía acariciando la barriga, sintiendo esos pequeños golpecitos.

—Madre mía, como dé esas patadas en cuanto salga de ahí, en nada va a comenzar a andar —murmuró contra sus labios antes de atraparlos de nuevo.

Sintió su sonrisa contra la boca y su corazón se saltó un latido, porque incluso después de diez años juntas, seguía teniendo ese efecto en ella. La besó de nuevo y, en cuanto se separaron, apoyó su frente en la suya, observándose desde esa corta distancia, esa mirada cómplice que siempre se dedicaban.

—Kyle nos va a salir futbolista —dijo entonces y a ella se le frunció el ceño automáticamente.

¿Cómo lo había llamado?

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