Parte 01

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—Abuela, ¿A qué hora vendrá mami? –decía Valentina mientras terminaba de comer su segundo trozo de pastel. Había comido mucho a causa de los nervios. Hace dos años aproximadamente que no veía a su madre, la había extrañado más que nunca, y pensar que vendría para su cumpleaños la ponía en las nubes.

—Hija... Tu mami... ha llamado hace rato y...–su nieta dejó a un lado el pastel y la interrumpió.

—¡¿Y por qué no hablé con ella?! –dijo con los ojos muy abiertos, y eso le rompía el corazón a su abuela, al recordar las palabras exactas de su hija: He dicho que no, no volveré. Ni siquiera por Valentina.

—Tu madre no vendrá... –dijo su abuela entre lágrimas– Como lo siento cariño. Valentina lentamente fue bajando la mirada, y su abuela sabía, sin sentirlo, que el corazón de la pequeña se hacía trozos.

Valentina miró el jardín trasero y le pidió permiso a su abuela para poder salir a jugar; ella dijo que sí. Y en él recordó la primera vez que jugó a las corridas con su madre.

—¡Mami! No tan rápido –gritaba su hija, con sus recién cumplidos seis años. Corría detrás de su madre quien era mucho más rápida. Ambas reían, y algunos vecinos se asomaban a causa de las carcajadas escuchadas a lo largo del jardín. Unos reían y otros lanzaban bufidos. Pero eso qué importaba si la diversión estaba presente.

—¡Tina nunca me alcanzarás! –se burlaba su madre mientras miraba atrás y le sacaba la lengua. Lo que causo que Valentina corriera más rápido, haciendo que se resbalara y callera sobre un charco provocando heridas en sus rodillas. Iba a llorar, pero al voltear a ver a su madre vio que reía, y todo rastro de sollozo desaparecía por completo, volviendo a las carcajadas. ¿Qué mejor cura que la risa de su madre?

Valentina daba vueltas a lo largo del jardín en su bicicleta, iba lento porque todavía estaba aprendiendo, pero el patio tenía muchas rocas y hoyos los cuales la desesperaban. Se hartó y bajó de la bici, sentándose en un columpio, la cual trajo a su memoria otro recuerdo.

Mami, empújame –dijo ella haciendo pucheros.

–¡Ya estás grande! –se burló ella, sin embargo, se acercó por atrás y comenzó a empujarla. Valentina miraba toda la calle al estar en lo alto, y muchas ramas secas al estar en lo bajo. No decía nada, pero la enorme sonrisa en su rostro gritaba por ella la felicidad que sentía. Hacía calor, así que el viento en su cara se llevaba el sudor junto con sus malos momentos. Todo se limitaba a ella y su madre; volteó y le sonrió.

—Te amo mami.

Sus piernas habían crecido y ahora ya podía mecerse ella sola. Pero la sensación era distinta, el viento la ahogaba y parecía que su sonrisa perteneciese al suelo en lugar de al cielo, con la mirada en las lágrimas que se perdían al caer al suelo. Todos esos momentos felices estaban quedando atrás, toda su felicidad se veía reducida a recuerdos cortos.

AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora