Parte 03

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Septiembre/2017

A sus 16 años, Valentina había escuchado muchas conversaciones a escondidas de su abuela, con su madre. Había comprendido que su madre se había ido para no volver nunca más. Ella estaba feliz con su nueva familia, su esposo y su hija de 14 años.
Así es, Valentina tenía una hermana menor llamada Stephanie. Y por lo que escuchaba de su abuela, era la favorita de mamá, era su única hija. Lloró a mares en su habitación cuando escuchó eso por primera vez, y se preguntó qué había hecho mal como para que su madre quisiera alejarse de ella, y qué podía hacer para reparar ese daño. Llevaba ocho años extrañándola, y su madre ni siquiera le había dedicado sueños, sólo pesadillas. Para Valentina su madre era la súper heroína de su historia, la que siempre iba a salvarla de cualquier peligro; pero para su madre ella no era más que la villana que había arruinado su vida.

Sin embargo, no podía sentirse mal, porque su esposo y su hija la hacían feliz, y eso era lo que siempre Valentina había querido para su madre, que sonriese en todo momento y por cualquier cosa, tal como la recordaba. No podía sentirse mal cuando la persona a la que más amaba era feliz... con alguien más.

Aunque la extrañaba, Valentina era feliz con lo que tenía, sus amigos y familia habían estado ahí con ella desde pequeña; conoció personas maravillosas que aunque no entendían lo que ella sentía le mostraron que había felicidad en otros lugares, en otras personas y con cualquier cosa. Le enseñaron que ir a la playa todos juntos era motivo de felicidad, que leer un libro, tomar una taza de té o incluso escuchar el sonido de la lluvia podían sacar una sonrisa. Los llevaba en un lugar muy especial en su corazón, junto a su familia, que la apoyaban incondicionalmente en lo que Valentina decidiera hacer.

Se levantó de la banca, y camino por el parque de vuelta a casa, sonriendo y recordando momento maravillosos que había vivido.

Valentina miraba la arena, pensando, o más bien imaginando cómo sería estar en la playa junto a su madre, riendo y bromeando, chapoteando en el agua, intentando huir de la profundidad de ésta. Añorando un abrazo suyo.

—Tina, levanta la vista –dijo Mario– Sé que nosotros no somos tu madre pero... –ella levantó la vista y lo miró directo a los ojos, queriéndole transmitir todo su dolor para que al menos pudiera entender un poco. –pero no me gustaría que te perdieras de esta maravillosa vista –dijo moviendo la barbilla de Valentina en dirección al mar, al océano, a la belleza.

Siempre miraba hacia abajo, tan seguido que olvidaba cómo ver hacia el frente, tan seguido que olvidaba que hay cosas hermosas frente a ella que no captaba por estar concentrada siempre en cosas del pasado.... o futuro. Habían cosas hermosas que la miraban de frente, que le gritaban que levantara la vista, sin ella hacer acogio de dichas peticiones. Ella necesitaba que la motivaran, que levantaran su cabeza para así darse cuenta de las cosas de las cuales se estaba perdiendo.

Rosa, naranja y amarillo gobernaban el cielo, el agua ya no era azul sino gris. El sol ya no quemaba, acariciaba. Llevaba veinte minutos sentada y no se había percatado que el astro rey estaba a punto de irse, dando paso a su amante, la luna. Se despedía de ella y sus amigos, de la manera más sublime que había.

—Gracias, Mario. –agradeció Valentina con lágrimas en los ojos, dándole un gran abrazo. Luego a Lucía, Sergio y Alicia.– Chicos, son lo máximo. En verdad tengo suerte.

—Tina, queremos que seas feliz –dijo Alicia– Y daremos nuestro mayor esfuerzo ¿Eh, chavos? –los demás asienten– Seremos tu segunda familia.

Y vaya que lo son...

Jamás olvidaría ese momento, las sonrisas y juegos. Pero sobre todo, jamás olvidaría la manera en la que la miró Mario, con ternura y admiración, escondiendo lástima. Esa mirada la llevaba consigo en el alma, porque nadie la había visto nunca así, y lo agradecía. Agradecía, siempre en silencio lo que tenía, para no reprochar en alto lo que se le había arrebatado.
Al instante, recordó ese mismo día, pero al anochecer.

—¿Y este regalo? –quiso saber Valentina, no era su cumpleaños, ni un día festivo para regalar algo.

—Ábrelo –exigió su abuelo. Todos estaban en la sala, sus tíos y abuelos, esperando ansiosos a que su sobrina y nieta abriera el regalo.

Fue cuidadosa con el envoltorio, nunca le había gustado rasgar y destrozar el papel de regalo, le gustaba ser cuidadosa y gozar cada segundo mientras iba despegando poco a poco la cinta adhesiva. Siempre había pensado que si trataba con dulzura a las cosas, con las personas sería mejor. Era un libro, lo sabía desde el momento que fue puesto en sus manos, pero lo que más la sorprendió fue el montón de frases que venían con él. De su familia y amigos, diciéndole lo especial que era, lo maravilloso que era tenerla en sus vidas.

Lloró. Odiaba llorar tan seguido, pero su sentimentalismo era algo que no podía esconder. Abrazó y besó a todos. Agradeció esa enorme muestra de afecto, y prometió que ese amor se los devolvería cada día de su vida, que sería feliz cada día de su vida. Aunque muy en el fondo sabía que no podría cumplirla, pero las palabras estaban dichas.

—Lo haré por ustedes. –dijo mostrando la sonrisa más grande que no había mostrado en mucho tiempo.

Llegó a casa con una sonrisa tímida, tarareando una canción.

—¡Los he extrañado familia! –...Y vaya que era cierto.

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