Prólogo

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— "Odio volar, odio volar, odio volar" — Se repetía una y mil veces un joven peliazul, prácticamente como si fuera un mantra.

Y sin embargo, ahí estaba, sentado en uno de esos cómodos pero a la vez tan estrechos asientos de avión, rumbo hacia un lugar al que prometió no regresar jamás: Japón. Irónicamente, si quería volver era absolutamente necesario coger un avión, por mucho que lo odiase.

— "Seguro que es una señal, no debería de estar haciendo esto..."— Pensó con sarcasmo, pero sabiendo que solo eran excusas baratas.

Al menos, intentaba animarse mentalmente, tenía la suerte de no haber coincidido con ningún niño. No es que le molestasen, muy al contrario, los adoraba. Simplemente, no pensaba que esa fuese la situación adecuada para tratar con niños; no creía poder demostrar el cariño y la paciencia que es hermosas criaturas se merecían. Y es que él, sí él, quien siempre mostraba una calma inquietante, tenía pánico extremo a volar. Y no le avergonzaba en absoluto reconocerlo ni actuar en consecuencia, si hacía falta entrar en pánico él lo hacía con toda la dignidad que podía permitirse.

Habiendo sido llevado por el pánico a un estado extremo de alteración poco común, Kuroko empezaba a comportarse de una forma un tanto extraña. Había comenzado moviendo los pies sin parar, dando pequeñas pataditas a su asiento, luego pasó a toquetear todos los botones, revistas y palancas a su alcance. Y ahora, se dedicaba a mirar fijamente, casi de forma grosera, a alguien. En concreto, a su compañero de fila. Realmente no era un comportamiento extremadamente arriesgado, el joven dormía profundamente. Por otra parte, no era mucho lo que Kuroko podía observar, era corpulento, pelirrojo... ¡Ah! Y estaba completamente tranquilo y dormido, demasiado tranquilo y dormido al parecer de Kuroko.

— "Pero si ni si quiera hemos despegado... ¿Cómo de rápido puede llegar a dormirse alguien?" — Al peli azul le indignaba el hecho de que mientras el sufría hubiese una persona tan tranquila a su lado. — "Si esto fuese una novela romántica, él me calmaría, me hablaría, me animaría y acabaríamos juntos para siempre... Supongo que esa nunca será mi historia" — Pensaba Kuroko burlonamente. — "La verdad es que... vaya con 'mi príncipe'."

A pesar de que no podía observarlo bien, para él era imposible pasar por alto la perfección de ese rostro. Piel tostada, sin llegar a ser morena. Parecía como si el sol, consciente de tanta perfección, se hubiese dedicado a acariciarlo durante largo tiempo. Los ángulos faciales estaban fuertemente marcados, otorgándole, aun dormido, una dureza que asombraba a Kuroko. Y, finalmente, esa salvaje mata de pelo rojo que envolvía su rostro.

Un ruido, seguido de un leve movimiento sacó a Kuroko de sus pensamientos; el gran aparato se preparaba para despegar. Kuroko soltó un chillido, muy poco masculino, y cerrando los ojos se agarró lo más fuerte posible a su asiento mientras murmuraba maldiciones hacia todo aquello que se le ocurría, pero sobre todo, a ese 'príncipe fallido' que continuaba durmiendo.

A grandes rasgos, ese fue el resumen del viaje de Kuroko. Todo pasó entre maldiciones, ataques de pánico cada vez que pasaba algo que a sus ojos no era normal y miradas indignadas, a la vez que apreciativas, hacia su compañero de asiento. Y por supuesto, es imposible pasar por alto los pensamientos asesinos que dirigía hacia Akashi Seijuurou, la principal razón por la que volvía a Japón y, aunque a veces le daba miedo, una de las personas a las que más quería.

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