Andreïa rió al escuchar el repiquetear de los taconcitos de sus flamantes zapatos al chocar contra el suelo del pasillo de Palais Royal. Notaba que le ardían las mejillas, que los bajos encajes de su precioso vestido rosado rozaba demasiado el suelo y que mechones de su hermoso cabello dorado se adhería a su frente por el esfuerzo, pero le daba igual. Lo importante era su objetivo, objetivo que no tardaría en lograr.
-Andreïa, ¡Andreïa!-le llamó por detrás una vocecita cansada.
La joven princesa paró en seco y se dio la vuelta, y dirigió una sonrisa sarcástica a la muchacha que iba tras ella, algo más joven. Tenía, en comparación con Andreïa, el cabello de color chocolate, la tez sonrosada del esfuerzo y lucía un vestido verde que ya mostraba algunas arrugas de tan aparatosa carrera. Andreïa la miró con sus ojos azules antes de carcajear.
-¡Vamos, Annette!-apremió Andreïa, acercándose a su amiga. A lo lejos, escuchó unas exclamaciones de enojo y supo que sus maestros estaban cerca.
-Andreïa, ¿por qué tenemos que escaparnos…?
-¡Estoy harta de tocar el clavicordio!-espetó la princesa, cogiendo a su amiga de la mano y empezando otra carrera-¡Vamos! Hace un día precioso, y los jardines están cerca.
-Pero…-Annette no pudo continuar con su protesta cuando Andreïa tiró con fuerza de ella y aceleró el ritmo. Doblaron una esquina del pasillo, y ambas jovencitas no pudieron evitar chocar con un criado que llevaba una bandeja de plata con un delicado juego de tazas en él, que cayeron estrepitosamente al suelo haciéndose añicos.
-¡Lo siento…!-se disculpó a la carrera Annette, mientras que Andreïa pasaba de largo-¡Andreïa!-Annette intentó soltarse al recorrer unos metros más al ver que su amiga no se inmutaba-¡Basta!
La princesita se paró como pidió su amiga y le dedicó una burlona sonrisa.
-¡No pasa nada! No te preocupes. Ya estamos cerca.
-Pero….
Andreïa volvió a retomar la carrera, pero esta vez más pausada, a pesar de las exclamaciones y riñas que se sucedían tras ambas nobles. Ella no quería tocar el clavicordio ese día, ¿tanto pedir era? ¡Ella era la princesa de Firensia! Tenía derecho a elegir si divertirse o aprender música. Eran ellos, sus criados, los que no deberían de enfadarse.
Volvieron a cruzar una esquina y se encontraron finalmente en el ala oeste de Palais Royal, en un enorme y amplio pasillo tanto en anchura, longitud y altura, en la cual una de las paredes estaba recubierta de ventanas que dejaban ver un hermosísimo día claro y de cielo azul salpicado de unas pocas nubes. Andreïa se detuvo finalmente y respiró hondo, aún con una sonrisa en la cara, y se peinó con los dedos un poco el ahora desordenado flequillo. Luego se tanteó suavemente los bucles que adornaban su melena y se colocó bien su pequeña diadema de plata, y a continuación pasó sus manos por su arrugado vestido rosado, recolocando bien varios encajes. Por su parte, la tímida Annette intentaba únicamente poner un poco de orden su ahora despeinada cabellera color chocolate y alisar las arrugas de su vestido verde. Su madre, la condesa de Ciel, le había comprado ese vestido de seda una semana como mucho atrás, y a Annette le había gustado mucho. No sabía como iba ahora enfrentarse a ella.