Las cuentas brillantes de la araña dorada que iluminaba la estancia salieron disparadas por todo el suelo. La oleada de gritos llenó la estancia, y Andreïa miró entre confusa y asustada al centro de la sala. No comprendía en absoluto que acababa de ocurrir, y los gritos de la gente retumbaban en su cabeza. Las altas ventanas del Gran Salón se abrieron violentamente, llevándose a su paso las cortinas y algunas de las mesas, así como a algún que otro presente. Fue entonces cuando se pudo distinguir que desde las ventanas comenzaron a entrar decenas de personas, hombres, y armados. Los disparos volvieron a llenar la estancia y cada vez el ruido y los gritos se hizo más patente.
-¡Todo el mundo quieto!
-¡Que nadie se mueva!
-¡Socorro!
-¡Por favor, no me haga daño!
-¡Silencio!
Andreïa notó un tirón de su muñeca y vio como Diego tiraba de ella violentamente y salía corriendo, arrastrándola. La princesa intentó zafarse violentamente, buscando con la asustada mirada a su padre y a Annette. En un rincón, vio como Annette se escondía asustadísima con Herman, al lado de una de las mesas, pero no vio rastro alguno de su padre.
-¡Suéltame!-exclamó la chica.
-¡Estás loca! ¡Te matarán como lo haga!
-¡Tengo que buscar a mi padre!-gritó ella, soltándose de su agarre y comenzando a correr hacia otra dirección. Diego hizo ademán de querer seguirla, pero el grito de su hermana hizo que mirase a la princesa correr en dirección contraria y, carraspeando, decidió ir junto a Carmen.
Por su parte, Andreïa intentaba correr lo suficientemente rápido sin caerse con sus zapatos de tacón bajo y las largas faldas. El Gran Salón parecía estar desmoronándose poco a poco; las mesas habían caído, así como las cortinas, y una a una, las otras arañas se habían precipitado contra el suelo, así como los candelabros y las velas. Poco a poco la estancia empezaba a oscurecerse más y más, a llenarse más de gritos y lo que más le asustó, de disparos. En un momento determinado, a sus pies cayó un candelabro y sin poder evitarlo, dio un traspié con él y se precipitó contra el suelo. La coronita salió disparada y rodó por el suelo, tintineando, y el sonido de la tela rota le hizo saber que parte de su falda se había rasgado al caer. Su mano derecha había tocado algo húmedo, tibio y algo turbio, y cuando miró, entre sus dedos había manchas de sangre. Horrorizada, levantó la mirada y vio a uno de los siervos de la familia tenido en el suelo, con unos cortes en el cuerpo y un disparo en el pecho, que fue el que seguramente había acabado con su vida. Andreïa ahogó un grito mientras notaba que le empezaban a brotar lágrimas de terror, e intentó levantarse torpemente. Miró a su alrededor, cada vez más confusa y perdida. De repente, había dos bandos. Una formada por nobles de Palais Royal, guardias y sirvientes, y otro, formado por hombres bastos, sin ningún uniforme militar conocido, de aspecto tosco y terrible brutalidad. La oscuridad no ayudaba a la pequeña a distinguir un frente del otro, y tampoco lograba distinguir entre el caos a nadie conocido.
-¡Padre!-gritó, asustada, volviendo a correr.
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