Préface-I

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   Llegaba ya el verano al país. Se notaba en el aire, en el mar, en la tierra. Se notaba en toda Firensia.

   Las suaves brisas, cálidas y juguetonas, se perdían entre los bosques, prados, campos, pueblos y ciudades del país. Las olas se arremolinaban perezosas a en las costas del Sur y en los acantilados del Norte, mientras que la tierra empezaría un poco más tarde a teñirse de un verde más oscuro, cosa que las cosechas agradecerían algo de sol después de las lluvias primaverales. Se auguraba una buena cosecha y esto significaba que un año más, el campesinado podría subsistir al frío del invierno de una manera más llevadera. Se auguraba, en definitiva, un buen año.

   En Pharsias, la capital del reino, y también en la morada real, el Palais Royal, se vivía una misma situación.

  El rey Roseblanche respiró tranquilamente mientras contemplaba los amplios jardines del Palais Royal. El agua de las fuentes caía dulcemente y el viento mecía con suavidad los árboles, los recortados setos y los delicados rosales. Solo el hermoso Palais Royal, de bellas facciones arquitectónicas y las esculturas de oro de las fuentes, mostrando ángeles y dioses, ignoraban la agradable brisa.

   -Majestad-llamó una voz al rey.

 El rey se giró para mirar al sirviente que le llamaba y ladeó su sonrisa. Era un hombre ya maduro, alto, de anchas y fuertes espaldas y porte regio, majestuoso, tal y como su título pedía. Su rostro era anguloso, apacible, ya con arrugas, pero firme y seguro de sí mismo, un rostro cuyos ojos oscuros vigilaban como guardianes todo lo que ocurría a su alrededor, mientras que bajo su nariz, larga y recta, descansaba un bigote pulcro y bien recortado. Su melena, en su juventud de un bonito color caoba, ahora estaba más apagada en cuanto a color y ya lucían varios mechones de canas, pero seguía igual de bien peinada y recogida en una baja coleta.

   -Dios salve a nuestro rey Arnaund Roseblanche, monarca de Firensia por la gracia del Señor-recitó el vasallo, haciendo una ceremoniosa reverencia, apoyando su rodilla izquierda en el suelo, poniendo la mano derecha sobre el corazón y agachando la cabeza-. El archiduque Durand de Chantaux ha regresado y se encuentra en estos momentos en el Palais Royal a la espera de entrevistarse con su Alteza y darle las buenas nuevas.

   -¿En verdad mi cuñado ha vuelto como rumoreaban en la Corte?-dijo el rey-. Gracias por hacérmelo saber.

   El vasallo asintió levemente con la cabeza, y solamente se levantó cuando estuvo seguro de que el rey ya se había dado la vuelta y comenzaba a ascender por las escaleras que llevaban al Palais Royal.

   El monarca esperaba entusiasmado las noticias del archiduque. Durante más de año y medio, su cuñado había estado entre Gilkrman y Palnier para mejorar las relaciones diplomáticas entre los tres países. Nunca había dudado de la capacidad que poseía el archiduque logrando siempre lo que se proponía o mandaba, y si ciertamente, las noticias que iba a recibir eran tal y como esperaba que fueran, su reino podría estar tranquilo durante unas cuantas generaciones más.

   Avanzó por los lujosos y decorados pasillos del Palais Royal, decorados ricamente con bellos candelabros y con las obras de artes más deseadas de casi todos los países colindantes. Recibió por parte de todas las personas presentes, tanto nobles como siervos, primorosas reverencias y delicados, al igual que refinados, saludos y bendiciones.

   Eso era solo una parte de ser rey.

  Grandeza. Honor. Gloria. Y poder.

Sangre de Rosa BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora