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Querida Sadie:
Luego de mi fiesta, mis calificaciones comenzaron a bajar. Llegaba al instituto con la cara apagada, peleaba con todos. Me veías como una rata arrastrándose, junto a tus lindas amigas nuevas. No lo niegues. Pero con el tiempo, empecé a superar todo lo que había quedado de nuestra amistad, muy despacio. Ya me veían un poco más alegre por los pasillos. Tus comentarios dolían cada vez menos. ¡Hasta fuí a una fiesta donde tú estabas! Aún la recuerdo. Me arreglé, estaba usando un conjunto muy bonito, colores que me gustaban, y me sentía segura. Puedo hasta arriesgarme a decir que verme así de linda te volvió un poquito celosa. Celosa de que yo esté contenta, y no en la palma de tu mano. Pero desgraciadamente siempre fuiste mi debilidad, accedía a tí sin pensarlo dos veces, con tal de que me quisieras. Esa noche no me hablaste, te fuiste temprano. Y mi inocencia tuvo que enviarte un mensaje, aunque claro, intentando lucir indiferente y despreocupada. Sólo te pregunté si estabas bien. Sentí que me dió algo cuando respondiste que no, y el doble cuando me dijiste que querías hablar. Una sonrisa se dibujó en mí, ¿Realmente era todo como antes? Una vez más me hacías caer, conocías todos mis puntos débiles. ¿Recuerdas la mañana siguiente? ¿Cuando sí me presenté en tu casa para hablar? ¿Todo lo que dijimos? ¿Mi alegría? Claro que lo haces, de todos modos voy a escribirlo en tu siguiente carta, para refregártelo. Maldad necesaria, como decíamos.
