1. Los ojos de la luna.

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Abrí los ojos tomando una gran bocanada de aire y sintiendo como mis pulmones estructuraban la manera de funcionar. No era algo nuevo el levantarme sin respiración, muy cerca de que mi sistema se quedara sin oxigeno por completo.

Sin embargo, nunca ocurría. Siempre despertaba con mi ultima reserva, con la extraña sensación de que aun estaba a mi lado, observándome desde la oscuridad.

Me estremecí ante el recuerdo, sentándome sobre la cama y esforzándome un poco para abrir la ventana. Tan pronto como lo hice, un fuerte remolino de viento entro, por poco absorbiendo todo lo que se encontraba cerca, pero dándole un clima un poco más fresco a la habitación.

Recogí mis piernas, cubriéndolas con la manta y observando la manera en que los faroles de afuera iluminaban la fila de casas  cruzando la calle y tras estas, la oscuridad que representaban los arboles.

  — Me pregunto si algo será cierto —  Murmuré para mi misma, acariciando la cicatriz en mi mano y finalmente desviando mi atención hasta las lineas que en lo que parecía una quemadura, trazaban una figura sobre esta.

Revolqué mi cabello con algo de ansiedad, sintiéndome ahogada por la idea de que eso fuese un recuerdo y no un sueño, como muchos psicólogos me habían dicho con el paso de los años.

Me habían encontrado en medio del bosque a los seis años, totalmente ensangrentada y con una herida punzante en mi mano izquierda. La cabaña que tanto se estructuraba en mi cabeza, la cama mojada o el escritorio destruido, por otro lado, jamás aparecieron y por consiguiente mis padres tampoco.

Nadie preguntó por mi. Ni siquiera llamaron. No sabían de donde venía ni por qué me hallaba allí, pero había terminado en su bosque, según ellos, atacada por un animal desconocido. Así que debían hacer algo.

Fue por ello que terminé bajo la custodia de una mujer local y su esposo que se ofrecieron a cuidarme. Eran una bella pareja, hasta que él murió y entonces solo quedamos las dos y el niño que estaba criando. Nunca me adoptaron, pero les tenía el aprecio y la gratitud suficiente como para tratarlos como familia.

  —  ¿Dar?

Mi ceño se frunció conforme la puerta de mi cuarto se abrió con lentitud. La rojiza y rizada cabeza de Rai asomó entre la oscuridad.

  —  ¿Que haces despierto? —  Indagué con una inevitable sonrisa en mis labios, haciéndole campo a mi lado y palmeando la cama para que lo notara.

  —  Abrí los ojos por la luz de la luna a través de mi ventana y supuse estarías despierta, así que vine a visitarte —  Explicó, tallando sus ojos y demostrando así que se encontraba lo suficientemente cansado.

—  ¿Entonces no estas durmiendo solo porque creíste que yo no podía dormir ? —  Asintió, recostándose sobre mi hombro y suspirando profundamente.

—  Nunca lo haces cuando hay luna llena —  Farfulló en medio de un bostezo.

 Cuando la señora Devin se decidió a cuidar de mi estaba embarazada, precisamente del niñito que se encontraba a mi lado sumido en un trance gracias a su pelea contra el sueño. 

Para mi sorpresa y contrario a lo que creería al tener que enfrentarme a un hijo legitimo que además de todo sería menor, Raiquen terminó siendo el mayor de mis alicientes. Y es que aquel niño de 11 años, definitivamente no era como los de su edad o como nadie que conociera. Algo que apreciaba realmente en un pueblo como esos.

Tomé su cabeza con suavidad una vez confirmé había caído a los pies de morfeo, y de igual manera le acomodé en la almohada, tapándole con la manta antes de bajar en silencio hasta la cocina.

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