CÁPITULO I - "La mujer y su espejo"

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Miró el techo. Algunas fisuras se distinguían de entre la pintura desgastada que colgaba y se desprendía a su alrededor.

Sintió asco cuando una gota cayó del techo y resbaló por su mejilla, se restregó con fuerza antes de limpiarse en los sucios pantalones de pana.
Giró hacia un espejo alto y delgado en la esquina de la habitación, se miró con repugnancia mientras escaneaba los viejos trapos que traía por ropa. Y no pudo recordar cuándo fue la última vez que el agua había tocado su piel.

Volteó a la ventana y dejó escapar un suspiro, miró sus ropas de nuevo y tomó su playera entre sus manos oliéndola y, mientras cerraba los ojos, la acercó lentamente a su nariz deseando que una fragancia cálida la inundara pero se alejó al instante noqueada por el olor. Caminó a su sucio catre y en cuando se acercó no pudo evitar rascarse la nariz efusivamente. El olor que desprendían las sábanas sin lavar la mareaba, ya tenían ese olor desde que la habían arrastrado hasta ahí y por más que pasaran los días, el olor, en lugar de apagarse se volvía cada vez más fuerte. Se sentó y miró con atención su celda, como lo hacía siempre antes de que se ocultara el Sol, y su corazón dio un vuelco recordando que alguien había estado ahí antes que ella. Se lo habían dicho las paredes que en lugar de estar desnudas, estaban cubiertas de marcas hechas por uñas señalando fechas, días y recuerdos de quien había estado ahí. Se lo habían dicho los gritos que rebotaban en las paredes cada vez que trataba de dormir, gritos desgarradores de quien no quería irse pero tampoco quedarse. Un escalofrío recorrió su espalda.

Levantó su mirada a la ventana, observó como las sombras jugaban con la luz mientras se ocultaba el sol y esperó. Contuvo la respiración hasta que el cuarto se oscureció y soltó aire lentamente. Pasos se escucharon fuera, en los pasillos, y se detuvieron delante de su puerta. Su mirada ahora estaba fija en aquella pesada puerta de metal que la mantenía contenida. Su labio se crispo cuando la rejilla de metal se sacudió unos instantes antes de ceder. Se encogió de hombros por el horrible sonido.

-Así que sigues viva.

No hubo respuesta por que ella tampoco lo creía ,pero se mordió el labio hasta que sintió el sabor de la sangre en su boca, sólo por si acaso.

Quién estaba ahí suspiró en un reprimido enfado y el sonido de metal se escuchó en el suelo. Pasos firmes alejándose rebotaron en las paredes del cuarto.

Aún después de que el sonido desapareciera mantuvo la mirada en aquella pequeña rejilla, su única comunicación con el mundo, su única comunicación con afuera. Y luego desvío la mirada al suelo y, donde se escuchó el sonido de metal, yacía una sopa enlatada. Se levantó lentamente y la tomó con ambas manos. La abrió como si fuera refresco y la tomó toda de un sorbo. Se limpió los restos de la barbilla con la manga de su camisa y se sentó en la orilla de su catre.

Miró de nuevo a la rejilla y desvío la mirada.

Sigues viva.

Aquella frase flotó en el cuarto incluso cuando la última gota de sopa resbaló por su garganta. Miró el muro, miró las líneas que significaban días y algo en ella se contrajo. No recordaba la última vez que aire fresco rozó su mejilla o cómo se sentía la brisa en la piel.

¿Habían pasado semanas? No.
Podrían haber pasado meses, incluso años. Pero ella no recordaba cuando había entrado por primera vez en aquel cuarto pútrido. Ni siquiera podía recordar otro lugar que no fuera ahí. Sentía casi un milagro el conocer las palabras sol, aire.

Libertad.

¿En realidad existe? O todo lo que hay es lo que puede ver. ¿Habra algo más allá de aquí? Algo más allá de estas cuatro paredes y aquella persona que venía de vez en cuando a dejar algunas sobras de comida...

¿De dónde? ¿De donde las traía?

Estaba equivocada, el mundo no es sólo lo que ve, ella es demasiado "nada" como para que el mundo gire alrededor de ella. Como para que aparezca todo mágicamente. Todo tiene un por qué y por quién y ella tenía que descubrirlo.

Se desperezo de la cama muy rápido y mareada avanzó al espejo que tenía en frente. Y se vio de nuevo, demacrada. Llevaba puesto unos pantalones de pana viejos que ya no le quedaban, una camisa blanca que no tenía estampado pero que, por alguna razón, se había tornado en un blanco más sucio y con manchas de comida salpicada por doquier. Y su cabello, dios su cabello. A pesar de no tener recuerdos de antes de que ella llegara ahí, todavía podía sentir en sus callosas manos la sensación de un cabello suave y manejable. Pero ahora, se había vuelto tieso y sin brillo, ya no había rastro de acondicionador u olor de shampoo. En algún momento, en un arrebato de ira y locura, tomó su desaliñado moño y lo cortó hasta que no pudo tomarlo todo con la mano. Como no había conseguido un cuchillo tuvo que maniobrar con una de las tapas de las latas que le habían dado, y eso hizo que el corte no fuera uniforme. Al final, se miró completa y suspiró. No le agradaba lo que veía en el espejo pero tampoco iba a rechazar lo que era, en lo que se convirtió. Ya había tomado una decisión.

Súbitamente, contrajo la cara y pateó el cristal, haciendo que se partiera en grandes pedazos, tomó uno y lo redujo hasta que pudo tomarlo en su puño, como un cuchillo improvisado. Y atacó al aire, sólo para ver cómo podía atacar sin cortarse.

Miró de nuevo el espejo, los fragmentos que habían quedado atrás y se vio a ella reflejada. Se vio y miró a una chica rota, por fuera y por dentro. Y supo que era débil, débil para pensar, débil para moverse y débil para matar. Pero eso no iba a detenerla, nada lo haría.

Cuando llegara aquel hombre con botas robustas, ella estaría preparada. El encontraría el alboroto y entraría, buscando a una débil chica retraída en el rincón.
Buscaría a una chica muerta.
Buscaría a una chica rota.
Pero estaría buscando a un fantasma.

La Prisionera De La Segunda Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora