Cápitulo II - "Un dolor inolvidable."

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El sol estaba saliendo y el cuchillo improvisado se sentía en su mano como mil agujas encajadas en su piel y aún así lo apretó con más fuerza. Gotas de sangre resbalaron desde su mano hasta los fragmentos de espejo, hasta que pareció que algo horrible había ocurrido. Siendo que, al parecer, algo horrible iba a ocurrir.

Ella sabía que aquel hombre siempre llegaba justo después de que su habitación fuera tragada por la oscuridad por que de esa manera no podría ver su rostro contra la rendija, por eso sabía que él no era estúpido, sabía que en cuanto viera las sangre no entraría; en lugar de eso, llamaría a más como él y después, ella estaría pérdida. Pero a pesar de eso, debía intentarlo.

Miró la cortada en su mano y pateó el revoltijo de sangre y espejos mientras pensaba y miró alrededor. La cama, aunque sucia, estaba tendida. Se acercó cuidadosamente y suspiró. Inhalo todo el aire que pudo y contrajo la cara, levantó la sábana y la desgarró, suspiró profundo mientras se anudó la mano que sangraba. Tomó el catre y lo volteó dejando la parte llena de insectos y arañas al descubierto. Sorprendida, trastabillo hacia atrás y contuvo la necesidad de respirar hasta que se alejó lo suficiente. Miró arriba, hacia aquella pequeña ventana que le avisaba cuando era de día y cuando de noche, nunca la había alcanzado. Quitó esos pensamientos de su cabeza y se rascó la nuca registrando el cuarto, buscando más evidencias, algo que pudiera hacer que fuera más creíble. Pero como no había nada más que hacer, se sentó al lado de los fragmentos de espejo y se quedó dormida.


****

Le dio un espasmo y aulló del dolor, uno de los vidrios se encajó en su pierna derecha. Lo miró y desvío la mirada, tenía que sacarlo o se infectaría. Inhaló profundo y miró la herida, no era grave. Se había despertado en el momento preciso cuando su pierna sintió el pinchazo, pero tampoco era una pequeña astilla. Sujetó con ambas manos el vidrio y lo sacó de un tirón. Una herida del tamaño de un pulgar de bebé se mostró al instante junto con un hilo de sangre. Rápido, miró a su alrededor y tomó una de las tiras de tela que había rasgado la noche anterior y se cubrió como pudo la herida.

Por lo menos la escena parecería más real.

Se maldijo a si misma. El dolor de la pierna no era fuerte pero, si intentaba correr, su herida se abriría más. Pensativa, miró la habitación y volvió la vista a la herida. Miró la sangre que empezaba a empañar la tela azul y contuvo una arcada. Tendría que dejar al guardia lo suficientemente inconsciente como para que, incluso después de despertar, no la alcanzara.

Tomó entre sus manos el vidrio con sangre y miró su herida extrañamente familiar. Ahora estaba segura que cortaba.

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Ella no conocía al tiempo y el tiempo no la conocía a ella. Pero aún así, mientras el alba estaba más cerca, se volvía más intranquila. El torniquete que se había hecho en la pierna estaba cada vez más cubierto de sangre y eso no ayudaba. Miró arriba, donde el sol tocaba suavemente los bordes de la pequeña ventana y supo que no sobraba tiempo.

Mientras la luz se escapaba de entre sus manos, buscó con la mirada su cuchillo y lo tomó entre sus manos. La luz de la luna era lo único que tenía y sin embargo sólo la dejaba ver una minúscula parte de aquel cuarto. Mientras se colocaba detrás de la puerta, donde no pudiera ser vista aún estando abierta, escuchó pasos rápidos aproximándose por el pasillo y contuvo la respiración. La pequeña rejilla chirrió al abrirse y se detuvo a la mitad.

—¿Qué demonios? ¿Otra vez?

Escuchó el fuerte tirón cuando la rejilla estuvo completamente abierta y aguardó. Aguardó a que aquel guardia pidiera ayuda, llamara a alguien o se fuera sin que le importara.

El tintineo de unas llaves la sobresaltó y supo que aquella persona trata de entrar dentro de aquel frío cuarto, sus labios formaron una fina línea.

Estúpido.

Escuchó los latidos de su corazón en sus oídos y por un instante rogó que aquella persona no pudiera entrar, que algo sucediera, que algo la detuviera de aquello que ni siquiera ella sabía que podía hacer. Supo que era demasiado tarde cuando la pesada puerta se abrió, así que se apretujó más en aquella esquina detrás de la puerta abierta y aguardó. Cuando creyó que nadie estaba afuera vio como aquel guardia entraba dentro del cuarto y no dudó. En cuanto aquellas piernas estuvieron dentro de su jaula, ella se escabulló por detrás y sintió el arma como una pesada roca en su mano. La luz era escasa, pero en cuanto tuvo oportunidad blandió el arma y avanzó hacia él. Esperó a que el haz de luz le diera un blanco y cuando lo hizo dudó.

Aquel hombre era joven, casi tan joven como ella y mientras él la seguía buscando a tientas en la oscuridad, ella trastabilló hacia atrás. Miró el cuchillo-espejo que tenía en su mano cubierta de sangre y miró los fragmentos que aún quedaban en el suelo.

Se horrorizó.

Se vio a si misma como lo había hecho aquella mañana, pero en no era la misma persona. Su cabello enmarañado, la mugre en su cara y la ropa sucia. Todo concordaba. Sin embargo, algo era diferente. Aquel brillo en sus ojos... aquel brillo que le mostraban que aún había esperanza, había desaparecido. Y se odió. Odió en lo que se había convertido. Y por un segundo deseó que ella fuera la única persona que desapareciera.

Al reparar en aquel hecho, se le llenaron los ojos de lágrimas, sorbió por la nariz e inmediatamente se arrepintió. El chico se irguió de la sorpresa por el repentino ruido y giró en su dirección. La miró a ella. Sus ojos mostraban alivio, pero su mirada se resbaló hasta su mano ensangrentada, cubriendo el cuchillo, preparada para atacar y su rostro se transformó en terror.

Él sabía lo que ella pensaba.

Y ella no iba a negarlo.

La Prisionera De La Segunda Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora