12

1K 75 11
                                    

— Muy bien. Ya te puedes ir a casa pero  que conste, que debes tener muchos cuidados. Nos volvemos a ver cada dos semanas. En varias semanas si veo mejoría te quito los puntos, pero debes mantener el brazo sobre unas ligas— el doctor le dice a Zabdiel.

— Gracias doctor— le agradecí.

— No quiero irme a la casa— susurró Zabdiel—. Aquí me siento bien.

— ¿Alguna razón por la cual no te quieras ir?— me crucé de brazos—. Nadie está mejor en la clínica que en su casa.

— ¿La verdad?— apretó los labios—. No quiero hacer ningún tipo de fuerza. Y si me paro de aquí me dolerá mucho. Además, no tendré mucha tranquilidad ni mucho reposo con Lucina andandome encima.

— Me imagino la cara que va a poner cuando te vea— reí.

— Se va a hacer la buenita y querrá cuidarme. Pero nunca estuvo ahí para cuando el accidente ni estuvo en sala de espera mientras me operaban— estaba entre entristecido y enojado.

— Ella nunca contestó las llamadas Zabdiel, debió pasarle algo a su teléfono tal vez.

— Sé que Luciana está en algo más importante que yo.

— Tranquilo Zabdiel. Para eso estoy yo, para cuidarte. Te prometí un caldito, y te vas a aliviar, ya verás— le di ánimos.

— Gracias Bárbara por cuidarme demasiado— tomo mi mano con dulzura y la acarició.

Creo que me sonrojé.

— Ya vamos— dije rápidamente.

— Me duele— hizo puchero.

Rodé los ojos y lo ayudé a pararse, se estaba haciendo demasiado el ñoño por lo que se me hacía difícil sostenerlo bien.

— Zabdiel— lo miré—. Estás enfermo de un brazo no de un pie.

— De igual forma estoy enfermo, no deberían sacarme de aquí, deberían dejarme interno por 2 meses o algo así.

— Deja de decir tonterías y avanza— lo obligué a avanzar halandolo fuerte del brazo que está bueno.

— Ya va— dijo con ñoñería.

Tomamos un taxi hasta la casa. Y así mismo como se me hizo difícil meterlo dentro del auto, fue peor sacarlo.

— Creo que estoy bien— dijo con dolor.

Le pagué al taxi y miré muy fijo a Zabdiel. Luego lo ignoré y entré a la casa.

— ¡Espera!— gritó—. ¡¿Es qué no sabes que estoy enfermo y necesito que alguien que ayude y me lleve a mi habitación?!

— ¡Vuelvo y te lo repito Zabdiel! ¡Es del brazo no del pie! ¡Así que camine!

— Mala— se acercó a mí caminando como un pato—. Un hombre tan enfermo no puede ser tratado de tal manera.

Entró a la casa casi llorando. Sabía que era para llamar la atención.

— No seas pendejo.

Pendejada fue el escándalo que hizo Luciana al ver a Zabdiel.

— Mi cuchi-cuchi, ¿qué te pasó en el brazo?— lo trató con ñoñería, justo lo que él quería.

— Tuve un accidente de tránsito— quedó cabizbajo.

— ¿Y cómo pasó?— fingía que le importaba.

— Manejé borracho— se encogió de hombros—. Llamaron a Bárbara y ella fue por mí.

— ¿Pero por qué no me llamaron?— se puso desesperada, casi al grito.

— Te llamé un millón de veces— le dije—, te dejé varios mensajes y no me contestabas.

— No quería contestarte— dijo tan descarada.

— ¡¿No pensaste que podía ser importante?!— le grité—. Se trataba sobre tu novio, ni siquiera le diste importancia. Yo te aseguro que viste los mensajes y no te importó un cuerno lo que le pasó a Zabdiel.

— No digas esas cosas, porque sabes muy bien que lo más importante en mi vida es Zabdiel— mintió, como siempre.

— Descuida Luciana, lo que menos quiero es escuchar tu voz— Zabdiel estaba enojado—. ¿Me ayudas?— me pidió.

— Yo lo ayudo— Luciana se me adelantó.

— Le dije a Bárbara— Zabdiel no dejó que ella le pusiera un dedo.

Ella me miró con odio. Yo le sonreí y tomé a Zabdiel por el brazo bueno, lo coloqué al rededor de mi cuello y lo ayudé a subir. A Zabdiel no le pasaba nada en las piernas, podía caminar perfectamente pero con tal de verle la cara de molesta a Luciana hasta cargo a Zabdiel, si mi fuerzas me lo permiten claro.

Llevé a Zabdiel a su cama. Sabía que él estaba muy incómodo. La habitación estaba desordenada con cosas de Luciana tirada por todos lados.

— Me pondré a recoger, tranquilo— recogí algunas cosas del suelo.

— Tranquila— me paró—. Prefiero estar en otro lugar.

— Te llevaré a mi habitación— sugerí.

— No quiero tenerte incómoda— se quejó.

— No lo harás. Peor sería tenerte en un lugar donde te sientas incómodo.

— ¿No te molestaría tenerme allí?

— Para nada— sonreí—. Vamos.

Salí de su habitación hacia la mía. No le ayudé a pararse por lo que lo obligó a llegar a mi habitación tambaleandose.

— Quédate en la cama. Yo vengo enseguida.

Me paré fuera a observarlo. Como actuaba normal. Se hacía el que le dolía todo para llamar a la atención, lo sé.

Bajé a la cocina y pedí permiso para que me dejaran a solas en la cocina y así prepararle el caldito a Zabdiel.

— Estaré allí en 20 minutos— escuché a Luciana hablar por teléfono con alguien—. Nos vemos en la finca— llevaba una maleta y salió corriendo de la casa.

Esta se fue a pegar cuerno.

No pensé en Luciana. Le puse mucho amor al caldito para que quedara bien bueno. Ya terminado, serví un poco y con cuidado subí las escaleras.

— Te hice tu caldito— le coloqué la bandeja encima y con cuidado.

— Gracias Bárbara— sonrió.

— Ahora tomatelo todo, tranquilo.

— Hay un problema Bárbara. La mano buena no me sirve para sostener la cuchara— mostró preocupación.

Creo que recordó a todo lo que tiene que dedicarle a la empresa con su mano mala.

— Descuida, te la daré— sostuve la cuchara y empezó a darle su caldito caliente.

— ¿Qué pasa si Luciana viene y me ve en tu habitación y encima dándome la comida?

— Luciana salió con una maleta a no sé dónde. Así que tranquilo.

— ¿A dónde se fue?

— Parece que una de sus amigas están aquí. Escuché algo como una finca o algo así.

— Mejor— sonrió—. Así me cuidas tranquila.

— ¿Hasta cuando serían mis días como tu enfermera?— bromeé.

— Quiero tenerte cerca toda la vida, Bárbara.

Cuñado |Zabdiel de Jesús|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora