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«Aprendemos a dañar, con una máscara etiquetada: inocencia.»


Miró a su reloj que marcaban las cuatro y veinticinco. Cuando dieron y treinta, pudo escuchar un timbre. Le sonrió a Jimin, incitándolo a que buscara a su hijo, el aguardaría fuera del instituto.
Pudo visualizar muchos rostros juveniles al rededor, pero más al fondo venían las personas más importantes de su vida. Era como si un halo de luz le dieran un brillo que, probablemente, solo él podía ver en ambos. Se paró a una corta distancia, esperando que el niño fuera a su abrazo y así fue. Lo sostuvo fuertemente, con mucho aprecio y suspiró enternecido. Lo alejó para mirar a los curiosos ojitos con pestañas rectas, que lo detallaban.
Todo parecía normal, a excepción de que comenzó a pasar algo extraño nuevamente.

No me mires así, suéltame.

No quiero ser como tú.

Te odio.

¿Por qué sintió que su historia, tan hermosa, caía en picada, como un viaje en avión que se iba estrellar?

Le dolió. Tanto le dolió, que no le dio importancia al extraño hecho de que escuchara los pensamientos de su propio hijo, sin que tuviera que abrir la boca y entonar su voz. O tal vez, los años le estaban cobrando en modo de paranoia y temor.

Cerró los ojos, porque el dolor que le ocasionaban aquellas palabras de su pequeño, era, para él, como una espada clavada en el medio de su pecho. Y ni hablar de sus propios pensamientos o múltiples conclusiones desesperadas por una respuesta válida y realista.

Me dan asco.

Esto no es normal.

Me insultan, me maltratan porque no tengo una familia como la de ellos.

“Porque no tengo una mamá.”

"Estoy agotado.”

Los trece, casi catorce años del, aún para él, niño, eran más notorios entonces.

Sentía la destrucción nacer, porque pensaba que estaba muriendo lentamente debido a todas las consecuencias de la elección, aquella que tomó, con mucho riesgo, para llegar a donde estaba. No sabía qué hacer, y aunque Jimin intentara regresarlo a la realidad, la desesperación se hacía palpable como si se hubiese distribuido en distintas figuras humanas mirando con intriga la escena, listos para juzgar a sus espaldas, para dejarlo más expuesto de lo que se sentía y hallaba.

Cuando parecía que todo se detuvo en las lágrimas que mojaban los dedos de Jimin, quien estaba presionando su mejilla con una delicadeza infaltable, aún ante la preocupación presente, sus manos habían aflojado el agarre debilitado de las muñecas de su hijo; quien aprovechando la reacción pasmada de su padre, corrió lejos rápidamente, sin importarle que gritaran su nombre mientras lo seguían tardíamente.

El chico ya sabía llegar a casa solo, aunque implicara correr casi dos kilómetros, pues acostumbraba a escapar de todo y todos de ese modo.

Más cuando llegó a su hogar y entró por la ventana de su habitación, habiendo trepando la escalera colgante del viejo árbol a su costado, para ayudarse a facilitar su entrada, se enfrentó a su propio reflejo y al reconocerse se impactó. Sin darle relevancia a sus siguientes acciones, dejo caer todo su peso sobre sus rodillas, que chocando al piso, heló su cuerpo rápidamente. El sonido de sus huesos en la madera, hizo un eco ensordecedor, para su mente afectada en todo sentido. Había un exceso de ruido tóxico, del cual no había sido consciente hasta entonces.

Se sorprendió tanto porque todo comenzaba a cobrar sentido, las manos le sudaron, el corazón le repiqueteó fuertemente, ¿quién era en realidad?

Kim Taehyung.

Parecía que su reflejo cobró vida propia al tener la respuesta tan viva y clara, porque no podía sentir todas las lágrimas que corrían por su piel, que lo encaraban tan vivaces en una notoría agonía; dejándose admirar en una molesta, solitaria y tranquila reacción, contraria a lo típico, como si la presión en su pecho estuviera al límite de lo establecido y no pudiera volver a levantarse de aquel pozo donde se había sentido hundir.

“— ¿Qué estoy haciendo aquí?”

I Want To Understand [Yoonmin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora