CAPÍTULO VI

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CAPÍTULO VI

La residencia Kim me dejó estupefacta. Sólo al entrar había como una hectárea de jardín frontal adornado con dos bellas fuentes a los costados dejando en el medio un camino hecho a base de adoquín. Había tantas flores que no sabía a dónde voltear primero. Mis ojos se regocijaron al ver tanto color. Me sentí una niña chiquita con muchos dulces y puñado de caries que le importaban poco. El chofer se bajó primero a la vez que yo vi cómo se abría la puerta principal y de ella salían un par de sirvientas. Abrió la puerta por mí y me ofreció la mano para salir. La acepté, obviamente. Subí las escaleras mientras ellas me hacían una reverencia. Después de casi una semana me había acostumbrado.

—La señora Kim la espera en la terraza —al oír eso irremediablemente me acordé de mi abuela MiGyeong. Luego de ese encuentro no la volví a ver otra vez. Asentí.

Me pregunté si el piso era de mármol al igual que unos detalles del interior, ¿eso no sería muy caro? Digo, viví con las exuberancias de la abuela por años a pesar de que me daba un octavo de lo que tenía, y con eso vivía yo como chica de clase media estable. O no tan estable cuando hacía algo que le molestaba, como respirar o comer. La abuela es, o era (quién sabe ya) la bipolaridad en hueso y carne.

Una sirvienta se acercó a paso apurado ralentizándolo cuando estuvo cerca.

—La señora cambió la ubicación. Pidió que se sirviera el té en el jardín —susurró a una de las que me acompañaban, pero aun así pude escucharlo. De todas maneras, era algo que tendría que saber.

Asintió y ordenó que pusieran los abanicos. Nos desviamos hacia otro pasillo, lo cual me hizo conocer otra parte de la casa. La decoración era tan elegante y a la vez tan sutil y acogedora que con solo verla me transmitía paz mental. A mí izquierda visualicé una sala; me imaginé a la familia Kim sentada ahí hablando de cosas triviales. Debería ser agradable tener a una familia así, que con lo poco que había convivido con ellos me habían dado la impresión de ser una familia del tipo nuclear.

Si el jardín delantero era impresionante, este era aún mejor. Podría fácilmente hacerle competencia a la del abuelo. Su concepto era parecido al de un típico jardín japonés, con arboles de cerezo y un lago, que podría apostar a que había uno detrás de aquella pared de pinos y... ¿eso era la entrada a un laberinto? Mis ojos chispearon rayitos de emoción.

—MiSuk, querida —la señora Kim vestía ropa de jardinería, como de esas sacadas de alguna película americana de los cincuenta. Su sonrisa elegante resplandeció su rostro. Aun con los guantes llenos de tierra y su ropa con gotas de lo que supuse era lodo, no dejaba de parecerme una dama hecha y derecha. De pronto acaricié la idea de que ella era el tipo de modelo que quería seguir. Hice una reverencia.

—Señora Kim —dije con una sonrisa.

Ella rio suavemente.

—Disculpa la traza. Quise arreglar un rosal y terminé plantando un Edén.

—No se preocupe. Su jardín me ha regalado una de las mejores vistas de mi vida.

—Uy, y espera a que conozcas el lago —lo sabía—. No es muy grande, pero es agradable —me guiñó amistosamente. Reí.

—Sería un honor.

Una sirvienta de alto rango apareció, o eso pensé dado su vestuario más elaborado. Era gris de manga tres cuartos y una falda que rozaba sus rodillas. Se inclinó regresando después a su posición anterior y vio directo hacia la señora Kim.

—Mi señora, ya está listo.

— ¡Eso es excelente! —aplaudió— Vamos, MiSuk.

Caminamos deteniéndonos a cada rato pues cada flor, planta, arbusto o árbol tenía una historia que la señora Kim tenía que contar. Como las flores que plantó cuando estaba embarazada de TaeHyung o de su segundo hijo. O el arbusto que sembró TaeHyung cuando tenía nueve años sobre la tumba de su conejo VinVan. Continuamos nuestro recorrido mientras me relataba diversas anécdotas que le ocurrieron.

La verdad jamás dicha |k.th|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora