Once

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O estaba alucinando o estaba soñando... aquello no podía ser verdad...

Fue lo que pensó cuando cayó en cuenta de lo que pasaba. Ella, la más nerd del instituto, y él, el chico malo, el más malo, habían acabado de tener un picnic con todo y sándwiches de mantequilla de maní y bombones de postre, y ahora paseaban juntos y descalzos por la playa.

Edi salpicó un poco de agua con la punta de su pie, perdida en sus pensamientos, casi sin poder creer todo lo que estaba pasando, porque de verdad era algo increíble pero increíble de "no creíble", literalmente.

Hasta que la voz de su acompañante la jaló de nuevo a la realidad.

- Esto es una de esas mierdas románticas...

- ¿Podrías no decir groserías? Arruinas el momento, Brett- él la miró sonriendo.

- ¿Estamos teniendo un momento?- preguntó con picardía, ella se sonrojó, como siempre y él se rió- ven aquí, unicornio- murmuró pasando un brazo por sus hombros y atrayéndola hacia él- me gusta estar contigo- dijo en un tono alegre, riendo- pero tu bicho es insoportablemente empalagoso.

- Ya te dije que no lo llamaras bicho, tiene un nombre ¿Sabes? Estuve toda una semana pensando en un buen nombre para él, y tú vienes y le dices bicho.

- Está mordiendo mi hombro- se quejó mostrándole cómo su Rory se estaba divirtiendo.

- Oh, lo siento...- murmuró avergonzada- Rory, no hagas eso- el hurón se detuvo al instante y simplemente se enroscó en el cuello de Brett, quien rió al tener el honor de ver semejante relación entre Edi y ese bi... y Rory, Rory, Rory, Rory... repitió en su cabeza.

🌃🌃🌃

- Me divertí hoy...- Brett sacó del maletero la canasta ahora mucho más liviana y se giró a verla- aunque tengo una duda.

- ¿Qué?- preguntó rodando los ojos, él sonrió.

- ¿Llevas lentillas?- ladeó su cabeza con curiosidad mirándola atentamente.

- No uso lentillas casi nunca, me molestan, me recetaron los anteojos para usarlos lo más que pueda, si es todo el día mejor, pero puedo ver sin ellos, un poco borroso pero no es mucha diferencia. Aunque sí cuando leo, o me duele la cabeza.

Y justo allí, él parecía un niño, un niño que acababa de conseguir un nuevo juguete.

Caminó unos pasos para acercarse a ella, en cuanto la tuvo lo suficientemente cerca dejó caer la canasta a sus pies para sujetar las mejillas sonrojadas de Edi. Acarició con los pulgares la suave piel, con la luz de las farolas no podía ver con detalle su rostro pero no era necesario, se lo sabía de memoria, semanas observándola con detenimiento traían sus frutos. Bajó su cabeza acariciando con su nariz la de ella, pequeña y morenita, tan suave... Cerró sus ojos inspirando su aroma, eran como caramelos, azúcar y rosas. Rozó sus labios sin dejar de verla a los ojos, era hipnótico, como si no pudieran despegarse. Pero ella lo hizo cuando sintió que Brett lamía su labio inferior, y luego todo fue... enorme, húmedo, placentero... delicioso. Él la sostenía abrazándola por la cintura con un brazo y pegándola a su cuerpo, con la otra mano hundida en el suave cabello largo. Ella, sin saber exactamente qué hacer, se dejó llevar por el instinto y rodeó su cuello con los brazos, pero antes acarició con sus uñas la carne dura de sus brazos y la extensa espalda, deleitándose con el tacto caliente que traspasaba su playera.

Aquello era tan íntimo, tan caliente, tan rico... Qué Edimina se arrepentía de no haberlo probado antes. No sabía con exactitud lo que hacía pero se dejaba dirigir por él, que parecía un experto porque sin exagerar la estaba llevando a un lugar del que no sabía su existencia, una nebulosa borrosa donde lo único que estaba claro eran sus ganas de fundirse uno con el otro... Brett, por un segundo, lo comparó con las drogas que había probado, pero no... aquello era más fuerte, más intenso, más adictivo... desde ese día, con solo una probada de ella, se había vuelto adicto, como una persona que se vuelve adicta al cigarrillo luego de una pitada... como si eso fuera posible... pues lo fue con ella. Edimina era la droga más potente y adictiva que había probado hasta ahora, y dudaba que existiera una más fuerte, con ese toque de inocencia que tanto lo excitaba. Solo deseaba, en lo más profundo, que ella no fuera tan destructiva como las otras drogas.

ClichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora