Cerrar la puerta

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Como es posible que, a pesar del poder de las palabras sea incapaz de escribir(te).
A veces son puntiagudas, tan afiladas que cortan, pueden ser una pequeña brisa, un susurro directo al corazón, de vez en cuando son pesadas, tanto que te cuesta asimilarlas, hay veces que se sienten ligeras, o igual de molestas que una mosca y sólo quieres sacudírtelas, quitártelas de encima.
Es gracioso como, teniendo tantas palabras, seas tú el que me hayas dejado sin ninguna. Entraste, y poco a poco, como una pequeña, pero constante gota, fuiste calando tan adentro, que pasaste de gota a erosión. Fuiste un susurro, una promesa de meñique, una carta entre amantes. Con el tiempo te convertiste en ese corazón que se dibuja en el cristal de la ducha, fuiste ese aroma inolvidable, esa mirada buscada.
Poco a poco, pasaste de erosión a revolución. Desordenaste mis letras, hiciste que las 27 letras tuvieran sentido, derretiste la roca. Fuiste un pirata de corazones a la deriva, rescataste náufragos pero, en vez de llevarlos a tierra firme, los uniste a tu tripulación. Revolucionaste los días, alargaste las películas y acortaste el tiempo. Tejiste nuevos recuerdos con las agujas del reloj.
Pero, al final, de revolución pasaste a tormenta, pero no hubo ninguna calma previa que me avisara de tu llegada. Estaba tan concentrada en tus constelaciones que no me di cuenta de que ya era demasiado tarde. No me acordé de cerrar las ventanas y poner las cosas de valor a buen recaudo. Inundaste mi casa y destrozaste mis cosas. Ahora sólo me quedan sábanas con recuerdos de risas. Pero ya no tengo ningún corazón dibujado en el vaho, ya no hay palabras susurradas en el café o paseos con sabor a miel. Lo que queda es ese caos tras una tormenta. Debo volver a construir, cerrar la puerta.

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