Más miedo que tiempo

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Nos asustan los intermitentes y los espacios en blanco, por eso tomamos decisiones a la ligera o dibujamos garabatos cuando no tenemos nada que hacer. No sabemos que responder cuando el silencio es la única pregunta que tenemos que contestar. Vamos caminando deprisa a todos lados, queriendo llegar a ninguna parte, y, con el miedo constante de que cuando lleguemos nos tengamos que detener y plantearnos que NO hemos estado haciendo.

Nos gusta hablar, y aborrecemos los silencios de blanca, en cambio, sentimos la impetuosa necesidad de rellenar el pentagrama con la doble barra de repetición y semicorcheas.

Y, sin embargo, preferimos mantenernos callados cuando nuestra mente no para de hacer ruido. Quedarnos quietos cuando hay más de una ruta, soñar en vez de hacer.

Y ese el problema. Tenemos miedo.

Miedo de vivir.

Miedo de arriesgar.

Miedo de equivocarnos.

Miedo de sentir.

No queremos tomar decisiones precipitadas por si repercuten en el futuro. Preferimos seguir en la comodidad de nuestro sofá. Mientras pensamos en aquello que hacer cuando no nos de miedo hacer aquellos que queremos.

Y, sin embargo, tenemos la osadía de perdonarnos. De excusarnos en el tiempo, cuando todo lo hacemos a prisa. Nos agobian los atascos, porque vamos demasiado lento. Pero ¿para qué? ¿A dónde quieres ir? ¿Por qué tienes prisa si no vas a hacer nada?

Tenemos la manía de agobiarnos por lo banal, de cerrar las ventanas, no vaya a ser que entre algo más que el aire. Nos hundimos en nuestro propio mar, sin saber que podemos aprender a nadar. Vivimos gritando, alzando banderas y reivindicando con teclas, pero no nos levantamos. Porque para eso no hay tiempo. Mejor que lo haga otro, yo tengo que seguir haciendo nada.

Podría seguir escribiendo, porque hay tantas cosas de las que protestar. Lo haría, en serio, pero no tengo tiempo, además, eso ya lo hará otro.

Letras en toplessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora