Stephen J

7 2 0
                                    

Stephen J. Kendall miraba con indiferencia la pantalla del televisor. Con un dedo cambiaba azarosamente los canales. La sala de estar estaba pintada de amarillo 35, el mismo de su automóvil, sus zapatillas y su bebida. El techo crujía de calor. Afuera, en el patio, se escuchaba, de vez en cuando, pájaros cantando y una ligera risa infantil. Sudaba. La ventana estaba cerrada y el sol se colaba entre las persianas.

Mi amor — gritó Martha, su esposa, desde la cocina —, ¿no quieres salir un rato al jardín?.

Kendall siguió cambiando canales sin pestañear. El silencio se fue volviendo ligeramente incómodo. En la televisión, alguien disparaba.

—¿Mi amor, me oíste? — La graciosa figura de Martha apareció por el umbral de la puerta. Alta, joven aún, bellísima, vestida con un delantal y con guantes de hule en las manos.

Hace mucho calor — respondió Kendall, llevándose el dedo índice al cuello de su camiseta celeste. Prefiero estar aquí.

Bien, como quieras. Voy a terminar de lavar y me iré con Junior al centro comercial. ¿Nos acompañas? — gritó nuevamente Martha, ya de vuelta en la cocina.

¡No gracias! — grito esta vez Kendall, imponiendo su voz sobre el tiroteo de la pantalla — estaré bien aquí.

Martha volvió a aparecer en escena, lo miró con cariño mientras se acercaba, inclinando la cabeza hacia un costado, luego se acuclilló.

Stephen, ¿por qué no juegas con Junior, por qué lo ignoras?. Sería tan lindo que estuvieras algo de tiempo con el, que jugaran, como todos los padres. ¿Recuerdas cuando nació?

Fue ayer —

Si, parece que fue ayer. ¡Y ha crecido tanto!

Stephen guardo silencio nuevamente, su mirada volvió a concentrarse en el televisor. El tiroteo ya terminaba. La chica estaba a salvo. Los malos, muertos. La puerta de calle se cerró y en el patio se apagaron las risas infantiles. El pájaro siguió cantando.

Es tan difícil juzgar — se dijo — ¡es tan jodidamente difícil!, exclamó; parpadeó rápidamente, mientras cambiaba de canal, una y otra vez.

Su hijo necesita ayuda, señora Kendall. A su alrededor ha formado una burbuja donde se siente seguro, pero es necesario que salga de ella para hacer una vida normal. Casi no tiene amigos en el Colegio, y no es un mal chico, pero...

La Psicologa del Colegio siguió hablando, pero la cabeza de la señora Kendall daba vueltas. Afuera, en el patio, se escuchaban gritos y risas. Sabía que su hijo no era uno de los chicos que jugaban, que estaría por allí, en un rincón, jugando con su consola o su Smartphone, traídos de contrabando.

¿Qué puedo hacer? — Dijo, y sus manos temblaron sobre la mesa de la Psicóloga, aguantó la respiración un instante — si usted supiera, estoy sola en esto, no tenemos parientes en ésta ciudad y su padre, bueno, su padre...

Ausente. Lo sé, Junior me lo ha dicho — tomó una tarjeta y anotó — tenga, creo que éste Médico es la persona adecuada.

La señora Kendall tomó sin entusiasmo la tarjeta y luego de los saludos habituales, se retiró.

El fin de semana era importante. Quería evitar ir al Neurólogo. Quería evitarle a Junior las largas sesiones de consultas, las confesiones obligadas, los medicamentos a medianoche. Se convenció de que dependía de ella sacar a Junior de su aislamiento. Tal vez un paseo por la playa, o al menos, al centro comercial, podría despegarlo de la consola. Comprar algo de comer, tal vez ver alguna película, podría funcionar, pensó.

Llegó temprano del trabajo —¡Hola cariño! — dijo mientras sacaba la llave de la puerta, pero no hubo respuesta — ¡hola! — mientras subía por las escaleras. La puerta de la habitación de Junior estaba entreabierta. Sigilosamente abrió y entró a la habitación. Luego guardó silencio.

Me habría encantado que tu padre hubiese visto esto, Junior — dijo para sí, mientras se sentaba en la cama de su hijo, con los ojos brillando de emoción.

Junior, Stephen Junior Kendall, tenía puesto el casco de realidad virtual y no podía oir nada a su alrededor. En la pantalla del PC, sin embargo, su madre pudo ver como su personaje se levantaba del sofá, abría la cortina, y salía al patio a jugar con su pequeño clon y con ella misma, si, ella misma, tal como era 11 años atrás.

6 Cuentos y una profecíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora