El anciano extiende una hoja arrugada sobre el escritorio. El papel amarillento yace solitario sobre la mesa. Parece desamparado. Se retuerce lentamente. Aún tiene el gesto contenido que aprendió a la fuerza entre las tapas de algún libro empolvado, sus esquinas ajadas tienen un tinte café y exhibe manchas de origen indeterminado. El ejecutivo lo mira por unos segundos y mueve la cabeza con gesto de reprobación. Luego vuelve su atención a la pantalla.
― Pero tiene que haber algún modo. Ésa casa es todo lo que tengo, es muy bonita y bien cuidada. Vale mucho. Son 40 años de trabajo...
Otro silencio. Luego se saca lentamente la mano del bolsillo, tose, y pone sobre el escritorio un llavero, en un gesto breve, involuntariamente dramático.
― Ahí están las llaves de mi casa y de mi auto. Véalo, está ahí afuera...
El empleado carraspea mientras sigue mirando la escritura, la que termina de arrojar con desdén mientras su atención se vuelve a dirigir a la pantalla del PC.
― Firmaré pagarés, cheques, lo que sea...
El anciano volvió a toser. Ésta vez, sus labios se pusieron pálidos, un escalofrío le hizo encogerse aún más, justo cuando el ejecutivo se puso de pie y miró por la ventana. En una repisa ― justo debajo del reloj institucional y entre archivadores amarillos clasificados por año y rol―descansaba un volumen con las obras completas de Milan Kundera, junto a otro de Borges, muy desgastado, ambos de edición interna del Banco. Junto al computador del ejecutivo, otros libros de la misma colección se apilaban en el suelo. El funcionario suspiró y volvió a sentarse.
― Don Alfredo, esto es lo que vamos a hacer. Ya que usted ha sido cliente de nuestro Banco durante toda su vida laboral, le vamos a hacer una propuesta razonable y ajustada a sus posibilidades. Me comprometo a jugarme por su caso ante la Unidad de Control Interno si acepta éstas condiciones ― mientras hablaba desde la impresora surgía un documento de varias páginas, que corcheteó y extendió al anciano ― tenga, lea su solicitud de crédito. Firme en triplicado, abajo y atrás.
Deslizó el documento con el lapicero encima hasta el alcance del cliente. El anciano se dejó caer sobre el con avidez. Sus manos sujetaron el documento justo frente a su nariz. Luego de unos segundos saltó hacia atrás y con gesto violento agitó los brazos mientras gritaba:
― ¡Mil años! ; ¡quieren que trabaje para ustedes mil años! ―
― Mas intereses reajustables cada cien años de acuerdo a una fórmula también reajustable. Somos el único Banco que le hará una oferta como ésta, don Alfredo. Su crédito no es bueno. Además de sus bienes materiales eso es lo único que nos puede ofrecer. Y tenga presente que estamos asumiendo un riesgo como institución.
― ¡Pero son mil años de vida! ―
Silencio. El ejecutivo miraba por la ventana.
― ¡Ustedes están locos! ―
El ejecutivo se volvió hacia el, mirándolo de arriba abajo.
― ¿Ha visto las noticias?; ¿usted sabe el precio del tratamiento para la obtención de la inmortalidad?; ¿acaso usted no se ha dado cuenta que no está en capacidad de pagarlo?. Mire, vea, vea ― dijo, levantando las persianas ― Fíjese allá, en las colinas. Ésas cúpulas y cruces de hierro oxidado; esos árboles resecos y olvidados; ¿quiere ir a parar allí?.
El ejecutivo se puso de pie, apoyó su mano en la repisa, acariciando el lomo de los libros institucionales. Luego se acercó al anciano.
― Entonces; ¿desea la inmortalidad si o no? ―
― ¡Si, pero son mil años! ―
― Mil años que serán una gota en el océano de la inmortalidad, mil años mas reajustes que no serán nada... ―
― ¡Mil años! ― gemía el viejo, mientras el lapicero temblaba entre sus dedos. Comenzaba a oscurecer.
El ejecutivo le dio la espalda, ignorando sus gemidos, y se alejó caminando, mientras levantaba los brazos y murmuraba, con los ojos cerrados.
― ¡Oh Vida!, hermosa, preciosa Vida, nada es mas valioso que tu. Ni el Oro, ni la fama, ni las piedras preciosas. ¡Nada se compara a ti, Vida, preciosa, sagrada Vida!...
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6 Cuentos y una profecía
FantasyHelicópteros, Inmortales, extraños visitantes, inquietantes pensamientos, Roma, bares de los que no podrás salir... siete visiones del trasmundo y de la locura del futuro. Ven.