Prólogo.

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Troné mis dedos sintiendo el sudor resbalar por mi cuello y ser absorbido por mi camisa de algodón. Había estado esperando este momento por un largo tiempo.

Mi destino. Lo que por derecho me correspondía. Yo era el primogénito y estaba a un paso de derrocar a mi padre y tomar su lugar.

El sottocapo acaba de morir accidentalmente y era mi turno de tomar ese título, me lo había ganado.

Después de enterarme del amorío de mi hermano con la hija del pakhan, ya no había nada que se interpusiera en mi camino. Cuando mi padre se enterara de ello, el mismo lo mataría por la traición. Los rusos y los italianos no se mezclaban.

Ansioso por reclamar mi título, toque la puerta de la oficina de mi padre y entre inhalando el humo que desprendía su puro. Solo podía pensar y pedir que el tabaco lo mátase antes de que yo tuviese que hacerlo.

Iba a ser el primero en darle las noticias sobre su sottocapo muerto y esperaba que me re asignará en este mismo momento.

—Justo estaba por llamarte.— dijo mi padre dándole golpes delicados a su puro para que la ceniza se desprendiera.

Sonreí dando grandes zancadas hasta posarme delante de su escritorio. Me tendió su mano y besé su dorso para después enderezarme y contestar.

—Aquí me tienes, padre.— Me mire las manos cerciorándome de que la sangre fue lavada por completo de ellas y después alce la vista hacia el Don. —Tengo noticias.

—Siéntate y cállate.— Di un paso atrás acomodándome en la silla con cojines aterciopelados. Acaricie los brazos de esta pensando en todas las personas que se habían sentado aquí y muerto a manos de mi padre y en todas las que iban a morir cuando tomará su lugar. —Tú hermano va a casarse.

Instintivamente enderece la espalda aferrándome al posabrazos de madera ante la sorpresiva noticia. Mi estupefacción duró unos cuantos segundos antes de recordar con quien lo haría. Esa bastarda.

Sonreí mirando hacia el suelo como si ya pudiera ver el cuerpo inerte de mi hermano en el suelo frente a mi, manchando con sangre esa la alfombra persa.

—De eso quería hablarte, padre.

Alzó una mano haciéndome callar. Junte mis labios en una fina línea obligándome a obedecer teniendo como consuelo mi inminente ascenso.

—Voy a hacer sottocapo a tu hermano cuando venga de su luna de miel. Ya lo he hablado con Genovese, le dará su lugar a mi hijo.

Me levante abruptamente de la silla haciendo que se volcara. De inmediato los dos hombres detrás de mi padre pusieron sus manos sobre sus cinturones repletos de armas pero no retrocedí.

—¡No puedes hacer eso! ¿Sabes con quien se casara? ¡Es una puta rusa!— Mi padre inhalo el puro y exhalo lentamente, con mucha tranquilidad ante mi arrebato.

—Haré una alianza con el packhan.— respondió como si nada.

Golpee el escritorio con mis dos manos y me incline hacia el.

—Nuestros ancestros te escupirían en la cara por tal traición.— susurré apretando la quijada jadeando por el enfado contenido.

La sangre me bombeaba con fuerza dentro de mis venas, rogándome por quitarle la vida de sus ojos a mi progenitor.

—Que se revuelquen en sus tumbas si quieren.— Se encogió de hombros dándole una calada a su puro. De todos los Don que habían existido, jamás hubo uno que le escupiera a las tradiciones como mi padre hacia. Su falta de lealtad me removió las entrañas.

—No hemos estado bajo la mira de los bratva desde hace años. ¿Por qué hacer una alianza con esos perros?— Eso es lo que eran; vil perros sarnosos. Cuando nosotros éramos elegancia, poder e inteligencia. Ellos, los rusos, actuaban con ferocidad, estupidez y torpeza. Era inaceptable mezclarse con esos bastardos.

—Un bien líder soluciona problemas antes de que incluso se presenten. Tu hermano sabe eso y por eso será mi sucesor.— Apreté aún más la quijada evitando gruñirle a mi padre.

—Yo soy tu primogénito.

—Y un inútil en cuanto a la mafia. Hace falta más que músculos para gobernar.— Se dio toquecitos en la sien dejando en claro lo que él creía que me faltaba: cerebro.

Pero el no sabía nada de mi. No tenía idea de lo que había hecho, ni de lo que haría.

—Tú sottocapo esta muerto.— Anuncie viendo en sus ojos como su dureza flaqueaba por un segundo. La esquina de mi boca se elevó con satisfacción al darme cuenta de que le había hecho daño, tanto como el me lo estaba haciendo en estos momentos.

—¿Quien lo hizo?— Los hombres detrás se pusieron atentos a mi, listos para buscar al culpable y hacerlo pagar.

—¿Quien crees? El packhan.— Su cara permaneció indiferente. Sus guardias lo miraron esperando órdenes, pero mi padre se inclinó hacia adelante apoyando los codos sobre la madera.

Se rasco la barbilla y después alzó la vista hacia mi.

—¿En serio? ¿Me das tu palabra?

—Te lo juro por la tumba de mi madre.— dije poniéndome una mano en el pecho dando validez a mi juramento.

Permaneció mirándome unos cuantos segundos y después se recargó contra su gran silla. La cual pronto ocuparía, con o sin su consentimiento.

—Es muy gracioso porque— ser río con el puro colgando de entre los labios. —El packhan ha estado conmigo todo este tiempo.

Di un paso atrás sin saber que decir. Jamás considere la posibilidad de que no me creyera.

—No voy a tolerar que te interpongas en mi camino, hijo. Si la alianza no se establece, tú cabeza rodará primero.— Me señaló con un dedo adornado de anillos plateados y seguí retrocediendo sin pasar desapercibida las miradas burlonas de sus hombres.

En sus ojos brillaba la advertencia y el Don solo te tenía clemencia una sola vez, fueses de su prole o no. Había desperdiciado mi única oportunidad. Pero estaba lejos de rendirme.

—No te preocupes por mí, padre.– Cerré la puerta detrás de mi empezando a pensar en el camino que tendría que recorrer para llegar a ser Don de esta mafia.

No me importaba a quién tendría que matar, por cuantos cuerpos tendría que escalar para llegar a mi meta.

Los bratva no se aliarán con mi padre.


N/A:
Hola, terrícolas.
Espero que les guste esta novela tanto como a mí.
Gracias por darme una oportunidad de entrar en sus mentes y corazones. No ocuparé mucho espacio.
Los amo.

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