Prólogo: Encarcelado

21 1 0
                                    

"¿Por qué recuerdo el olor a sangre?"―082.

Empiezo a recobrar la conciencia. Un fuerte dolor de cabeza me invade, provocando que me lleve las manos a la cabeza apretándola para aguantar el dolor. Después de respirar profundamente se calma un poco. No consigo recordar nada, ni siquiera quien soy. Solo de intentarlo me viene un dolor de cabeza más agudo. Aunque es bastante extraño. Siento el olor de sangre en mi nariz y un poco en mi boca. ¿Por qué recuerdo el olor de la sangre?, ¿será algún tipo de amnesia extraña de haberme golpeado la cabeza? Explicaría el dolor de cabeza y quizás el tema de la sangre.
Hasta el momento he ignorado donde me encuentro. Quizás es un lugar conocido para mí, pero, me da a mí que no. Es una pequeña habitación blanca, con una cama, en la que estoy acostado, un váter a la vista, creo que sé por dónde va el tema, y una cámara mirando hacia donde estoy sin siquiera estar escondida. Eso sin nombrar una puerta con aspecto de ser tan robusta, como para aguantar una explosión. Una celda de contención. Estoy en una cárcel y no tengo ni idea de que he hecho.

Paso los siguientes minutos revisando la habitación. No es que haya mucho que revisar, pero, al menos consigo saber que no tengo nada más en esta celda. Ni recambios, ni toallas, ni siquiera papel. Serán abusones.
Me acerco a la cámara y mirando hacia ella, se me ocurre hablar por si me escuchan.

―No recuerdo nada, ¿podría venir alguien a decirme por lo menos quién soy?

No sé si funcionará. Tampoco tengo nada más que hacer en esta habitación tan pequeña. Me siento en la cama a esperar si pasa algo. Estoy completamente aislado. No consigo escuchar nada de fuera. La habitación está completamente insonorizada. No me da muy buenas vibraciones.

Desde que hablé directamente a la cámara, debe haber transcurrido, una hora. Quizá más, pero, encerrado en una habitación, sin un reloj, no sabría decir con certeza cuanto ha pasado. ¿Será primavera fuera? Siento que la primavera me gustaba. Y sería bastante lógico, deja de hacer frio, pero tampoco hace calor excesivo. Ya empiezo a perder el juicio pensando en el exterior. Por lo menos ya no tengo el dolor de cabeza de cuando me he levantado. Quizás duerma un poco, ya que no parece venir nadie. Me acuesto y cierro los ojos pensando en la posibilidad de que sea una broma de mal gusto.

Me despierto con un gran bostezo. No he conseguido dormir bien para nada. Suerte que no tengo un espejo. Solo me serviría para mirar las ojeras que debo tener. Aunque, no recuerdo mi cara. Debe de ser cómico para el que me esté mirando por la cámara tocarme la cara. Le doy una mirada a la cámara, siempre fija en mí. No soy de los que se quejan, creo, pero me molesta mucho ese trasto siempre observándome. Me pongo de pie, finalmente, dándome cuenta de que la intención que tengo, no es posible. No tengo un lugar en el que lavarme la cara, a no ser, le echo una mirada al váter, y suelto el suspiro quitándome la idea de la cabeza. Doy un muy breve paseo por mi pequeña habitación. Cuando estoy de espalda a la puerta, escucho un mecanismo en la puerta. ¿Se está abriendo? Me giro al momento.

―Sujeto 082, póngase contra la pared libre de su habitación con las manos en la cabeza. ―sale una orden del altavoz de la cámara.

No me queda otra que obedecer, poniéndome cara la pared con las manos detrás de la cabeza. Escucho pasos detrás de mí. Dos o tres personas han entrado.

―Gírate despacio y sin movimientos bruscos. ―me ordena uno de ellos.

Me giro tal y como me ha dicho encontrándome con dos fusiles apuntándome. Me congelo al verlos por el impacto. ¿Estarán aquí para matarme? Entonces moriré sin saber ni quién soy, ni que hice. Espero haber vivido una buena vida.

―Sujeto 082, buenos días. ―me dice una especie de científico.

―Entonces, ¿no estáis aquí para matarme? ―pregunto relajando un poco los brazos.

Solo por relajarme, los dos soldados con armas me apuntan nerviosos.

― ¡Quieto! ―me gritan los dos a la vez.

Me vuelvo a paralizar recordando la situación. El científico les hace retirarse un poco atrás dejándome de apuntar con un simple gesto. Me mira de vuelta el científico.

―Bueno, sujeto 082, ¿recuerdas algo? ―me pregunta de vuelta en la conversación.

¿Sujeto?, soy una especie de sujeto de pruebas, supongo. Voy a tratar de que me conteste a alguna pregunta para saber algo sobre este lugar.

―No recuerdo nada. ¿Me lo habéis hecho vosotros?

―Puede. Depende de muchas cosas. ―me devuelve una respuesta nada satisfactoria.

― ¿No me dirás porque estoy aquí?

―Es información clasificada, y tampoco tengo muchas ganas de cháchara. ―responde totalmente cortante.

Se gira y sale por la puerta, seguido por lo soldados. Antes de perderlo de vista, me mira.

―Hasta la próxima. ―se despide acabando con el sonido de la puerta sellándose.

Me calmo un poco. Ha sido una situación intensa y estresante tener dos armas apuntándome. Podría haber muerto con que se le fuera el dedo a uno de ellos. ¿Qué son esta gente y que quieren de mí? Empiezo a tener hambre. Espero que por lo menos tengan la decencia de alimentarme. Aunque teniendo en cuenta el trato que me han dado, tendré un fusil apuntando con mi cabeza en la mira cada vez que me traigan la comida.

Las siguientes horas las pasé acostado reflexionando. Lo más puntual ahora mismo, es saber si mi amnesia la provocaron ellos, fue un accidente aquí adentro, o es alguna lesión que tengo del exterior. Es extraño no recordar nada. La puerta empieza a abrirse de nuevo. Esta vez no dice nada la cámara. Se abre y esta vez hay tres guardias. Dos apuntándome y el restante con una bandeja.

―Aquí tienes la ración de hoy. ―dice el guardia empujando la bandeja dentro de mi celda sin pisar siquiera dentro. ―Lo recogeremos en una hora. Déjalo al lado de la puerta y mantente alejado cuando volvamos.

Dicho eso, y sin dejar de apuntarme, se cierra la puerta. Mi primera comida, o eso creo. Pillo la bandeja y me la llevo a la cama. Hay cuatro cosas distintas, y una de ellas no es comestible, pero me sirve. Hay una especie de crema de verduras, o eso espero, pan con muy mala pinta, unas judías en salsa negra, y papel, lo que me faltaba en la celda. Aparto el papel de la bandeja, ya que no tengo intención de comérmelo, y me intento hacer a la idea de que esta comida no me matará. No sé qué es peor de ella, el aspecto o la falta de un olor. Eso no puede ser bueno. Con la cuchara de plástico me llevo un poco de crema de verduras a la boca. No tiene sabor. Es como estar comiendo aire. Supongo que por ahí irán las cosas. Pondré en juego mi estómago y el refrán de "lo que no te mata te hace más fuerte". Me voy a arrepentir. Mucho.

Después de jugarme la vida con esa comida, dejo la bandeja al lado de la puerta y guardo el papel debajo del colchón. Por si pronto tengo una emergencia. Al rato suena un pitido desde la puerta y me siento en la cama, mientras se abre la puerta, apareciendo dos guardias, uno apuntándome y el otro llevándose la bandeja. La situación tensa se acaba, relajándome y mirando la cámara directamente. Es como si estuviera muerto, en un ataúd vigilado. ¿Se puede vivir aquí? No lo creo para nada.

Flores de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora