Prólogo.

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-¡Shun-san!- una pequeña de 7 años se encontraba en el santuario al lado de su maestro, ambos sintieron un poderoso cosmos inundar el lugar, la niña de cabellos (t/c) y ojos (c/o) estaba desconcertada, nunca había sentido un cosmos así, ella portaba ropas típicas de aprendiz, y una máscara que dejaba ver sus ojos.

-Debes quedarte aquí... es peligroso que vayas conmigo (t/n)-chan...- aseguró con una mirada sería, pero bondadosa, aquel santo legendario, quien porta con orgullo la armadura de Andrómeda, de inmediato reconoció el cosmos, Marte había llegado, debía ir con Athena lo más pronto posible.

-De acuerdo... por favor proteja a Athena-sama...- suplicó con ojos llorosos, su mentor sin borrar su sonrisa asintió, se levantó y lo más rápido que pudo se dirigió a donde se encontraba Athena, pues estaba sola y con ella el pequeño Koga.

-Que horrible cosmos...- susurró la menor, pero confiaba plenamente en su maestro Shun, para su felicidad sintió los cosmos de los santos legendarios.

Nada podría salir mal, pero de la nada aparecieron marcianos, guerreros al servicio de Marte, quienes comenzaron a atacar el Santuario, (t/n) se sorprendió, pero no temió, como aprendiz, debía proteger el sagrado recinto.

Con tan sólo 7 años ella sabía al menos usar una técnica, también ya había descubierto su elemento, deseaba portar una armadura para proteger al mundo y a Athena.

Logró derribar a uno de tantos, quienes la rodearon con interés, pues es el cuello de la niña había un rosario, en el centro del mismo estaba su cloth stone, un regalo de su maestro, pero aún no podía vestir su armadura.

Aquellos soldados la inmovilizaron y partieron del lugar con la niña, poco después de eso, Seiya de Pegaso había desaparecido, Athena y los demás santos legendarios habían sido heridos con marcas de oscuridad, el Santuario había caído en incertidumbre y temor.

Shun regreso al lugar donde había dejado a (t/n), pero la niña ya no estaba, atónito, no daba crédito a aquello, ¿por qué se la llevarían?

-Shun...- Hyoga lo había alcanzado y sin necesidad de palabra alguna, al ver la cara de su hermano, se dio cuenta de la situación.

-Debo encontrarla...- el joven iba a moverse, pero el dolor de las marcas oscuras lo obligó a caer de rodillas.

-¡Shun!- exclamó preocupado el santo de Cisne, pero él se encontraba en la misma situación.

-Juro que la encontrare...- dijo el santo de Andrómeda.

A lo lejos la niña había sido desmaya y llevada ante la mujer que controla todo, Medea, quien sonreía maquiavélicamente, aquella niña parecía prometedora para un experimento...

Cadenas sagradas. (Saint Seiya Omega. Shun y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora