II

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Las hábiles manos del Gran Maestro manejaban con pericia su sexo. Subían y bajaban rítmicamente. Cada tanto pasaba el pulgar por la punta de su glande para lubricar sus movimientos con el líquido preseminal.

No sabía (¿no entendía?) cómo es que había pasado, pero en un abrir y cerrar de ojos, el Maestro había metido sus manos por debajo de su túnica.

Primero una corriente eléctrica, como una señal de alarma, recorrió su cuerpo, tensionó todos sus músculos, comenzando a alzar su cosmos, pero se sintió subyugado por el cosmos más poderoso del Patriarca que lo inmovilizó.

Intentó debatirse pero el Maestro lo tenía, literalmente, agarrado por las pelotas y cuando lo sintió moverse las apretó más fuerte.

-Ahora, Shaka, voy a quitarme la máscara – tronó la voz – tenés prohibido abrir los ojos y más aún ver con los ojos del cosmos – ordenó estrujando los testículos - ¿Me has entendido?

-Si, Su santidad – gruño adolorido.

Escuchó el ruido de la máscara al ser removida del rostro del Patriarca. ¿Quién sería el hombre detrás de esa máscara? Pero le habían ordenado no ver con los ojos del cosmos y ahora lo único que podía sentir eran esas manos en su hombría que subían y bajaban y le apretaban los testículos y...

¿Qué era ese frío sobre su rostro? Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza.

¡La máscara del Patriarca!

-Juguemos – le dijo Arles al oído.

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