VII

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La última embestida fue dolorosa. Los músculos del ano de Shaka, siempre tensos, se contrajeron aún más ante semejante intrusión y apretaron su pene casi estrujándolo. Pero el dolor llevaba a Arles finalmente a un mundo de placer: sentir los músculos cerrarse sobre su miembro, cada vena, cada nervio apretado y contraído lo enloquecía.

El culo de Shaka había resultado perfecto.

Salió por última vez del interior del muchacho. Se agachó para ver su obra y sonrió complacido.

Las nalgas estaban enrojecidas por los continuos embistes, el ano del muchacho de había dilatado hasta convertirse en una boca abierta sin dientes. Era hermoso... En su retorcida mente, era maravilloso. Lo acarició delicadamente, casi con devoción, formando círculos con las yemas de sus dedos alrededor de esos músculos que se relajaban y contraían, abrían y cerraban, palpitaban, como invitándolo a poseerlos nuevamente. Repartió dulces besos en todo el contorno del ano del rubio.

Luego desató los tobillos de Shaka, que libre de sus ataduras y con las piernas agarrotadas, cayó exhausto sobre el suelo de la Gran Sala.

Desató sus manos y lo obligó a erguirse y girarse. Se acercó hasta juntar ambos cuerpos. Refregó descaradamente su propio pene con el de Shaka. Tomó el de Shaka entre sus manos y empezó a masturbarlo.

Sin desearlo, y realmente lo habría evitado si hubiera estado en su poder, el cuerpo del rubio reaccionaba instintivamente y jugaba el juego del Maestro. Lo sintió crecer, hincharse por el bombeo de sangre y finalmente explotar entre los dedos del Patriarca.

-Desde el Cielo... - volvió a repetir el Maestro, como una especie de mantra, mientras chupaba cada uno de sus dedos, limpiándolos del semen.

Lo hizo arrodillarse delante suyo. Le alzó el mentón para que inclinara la cabeza hacia atrás. Los cabellos rubios caían en desordenados mechones, pegoteados por el sudor y la sangre. Le corrió el flequillo de la frente dejando despejada la máscara.

Se vio a si mismo reflejado en el brillo. En esos ojos metálicos que lo miraban vacíos, tal y como debía sentirse Shaka en ese momento.

Contemplo su imagen: tenía la boca roja por la sangre seca del muchacho, los cabellos alborotados, la mira enfermiza, el cuerpo sudoroso y una erección palpitante que pedía se calmada. Parecía un engendro, un demonio que el mismísimo Averno hubiera parido entre sangre, sudor y sexo desde lo profundo de sus entrañas.

Se vio poderoso, invencible... Omnipotente... Divino.

Comenzó a masturbarse a un ritmo veloz, gruñidos escapaban de su garganta, la saliva chorreaba de entre sus labios, como un perro en celo. La mano subía y bajaba, siempre apretando acompañando el movimiento, hasta que finalmente lo sintió llegar.

El orgasmo se abrió paso por su cuerpo desde la punta de sus pies, subió por sus piernas, entró por sus testículos y estallo en su pene.

-¡Hasta el Infierno! – repitió su mantra mientras el semen resbalaba de su miembro y caía sobre la máscara del Patriarca y su risa desquiciada invadía el Salón del Gran Maestro.

ProfanaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora