III

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Lo despojó de su túnica en un solo movimiento; el cabello rubio le cayó como una cascada de oro mientras le retiraba la prenda por la cabeza, como lo aureola santa del Buda del cual era la reencarnación.

Pasó sus manos por los blancos muslos del muchacho frente a él, apretándolos. Acercó su nariz a ese miembro, que pese a los visibles esfuerzos de Shaka, se erguía invitante y aspiró el aroma del cuerpo de entre los rubios vellos púbicos. Sí, era ese olor a vergüenza, culpa, impotencia, mezclado con la inevitable excitación natural del cuerpo... Era un aroma que penetraba en su cerebro, en la parte más básica de él y lo excitaba como animal en celo... Aspiró sonoramente para luego dejar escapar el aire de sus pulmones... Era el aroma de la sumisión...

Comenzó a pasar su lengua desde la base del miembro de Shaka hasta la punta, para después hacer círculos con ella sobre el glande. Con la mano buscó su propio miembro y comenzó a masturbarse.

Shaka permanecía inmóvil, los brazos inertes a los costados del cuerpo y la cabeza echada hacia atrás como una muñeca rota. El Patriarca lo miró desde abajo, desde su entrepierna mientras succionaba su falo; la cara cubierta con la máscara parecía una del teatro griego... ¿Qué pensaría Buda de todo esto?

La respuesta le llegó en forma de agua sobre su frente. Lágrimas caían desde los ojos del joven, corrían por sus mejillas por debajo de la máscara y caían sobre la frente del Maestro. ¿Acaso era esto el karma? ¿Los Seis Reinos del Samsara se habían abierto y él había caído en el Infierno? Las preguntas se arremolinaban en la mente de Shaka, pero era incapaz de moverse, de reaccionar.

Sí, la máscara de la tragedia, pensó el Patriarca. Sonrió de lado ante su ocurrencia.

-Oh, Shaka... ¿acaso no lo disfrutas? – le preguntó enredando sus largos dedos en el dorado vello púbico, tirando ligeramente. Un gemido ahogado que sonó a lágrimas contenidas se oyó detrás de la máscara.

ProfanaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora