IV

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Se alzó del trono y le dio la vuelta a Shaka hasta situarse detrás de él.

Tomándolo por los hombros lo fue obligando a inclinarse, apoyando sus manos en los apoyabrazos del trono, mientras él pasaba sus manos parsimoniosamente por la espalda del joven como queriendo abarcarla completamente.

Hizo jirones la túnica de Shaka y los utilizó para atarle firmemente las manos al trono.

De costado, con las yemas de los dedos, el Patriarca recorrió el lado derecho de Shaka: su mano, suave y delicada al tacto; los brazos con los diminutos vellos que se erizaban con su tacto; el antebrazo tenso, duro, por la incomoda posición que lo había obligado a asumir; el costado de su torso, las costillas que se sentían al presionar las yemas de sus dedos y siguiendo el músculo que las envolvía, llegaba hasta sus caderas y terminaba en su ingle. ¡Ah!, la visión de lado del pene erecto de Virgo era tan apetecible como de frente: se divirtió metiendo la cabeza en el espacio que quedaba entre el cuerpo de Shaka y el trono, soplando delicadamente primero sobre los testículos y luego sobre el cuerpo y cabeza del pene, haciendo que el vello púbico se erizara al contacto del aire que salía de su boca con la saliva que había dejado.

Descendió con sus uñas por los muslos blancos de Shaka dejando largas franjas rojas en la carne. Sentía los músculos contraídos y listos para la huída. Shaka, Shaka... ¿a dónde huirías? Sonrió el Patriarca.

Besó y lamió la delicada piel de detrás de los rodillas, mordió los músculos de las piernas, para finalmente atarle los tobillos a las patas del trono.

¿Los pies? No, los pies no le gustaban.

ProfanaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora