En mi espalda, cuatro dedos

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Cuando arranqué el coche el silencio nos inundó, tanto por dentro como por fuera. El silencio es vacío, ella se sentía vacía en ese momento y yo hacía tiempo que dependía de ella. Nunca pensé que el silencio pudiera hacer tanto ruido a las tres de la madrugada.

- No me dejes sola. - no sé en qué momento empezó a llorar, pero cuando la miré tenía corridas incluso las ganas de vivir.

Aparqué el coche en un descampado y la obligué a bajar.

- Eh, ven. Mírame. Soy yo, estoy contigo. Estamos juntas en esto, ¿sí? Estamos juntas en todo, pequeña. - maticé esa frase muy muy cerca de su boca, mi nariz  llegó a rozar la suya y eso nos hizo sonreír.

- Vanesa... - suspiró. Suspiró porque no le cabían dentro las ganas de besarnos, suspiró porque el corazón le crecía por momentos y no dejaba hueco para nada más.

- Dime, amor.

- Que yo, yo hace tiempo que... A ver cómo explicártelo... - no supo expresar lo que sentía, quizá porque los sentimientos eran tan grandes que no había palabras para su grandeza, ojalá.

- Malú, lo único que quiero que me expliques es que lo que quieres hacer con tu vida tiene mucho que ver con lo que yo podría hacer de ella si tú me dejaras.

Y tras eso, me besó. Y nunca me habían dado un sí más rotundo. Me besó mientras yo me enamoraba con esa ceguera de quien sólo ve lo que le conviene, sabiendo instantáneamente que en sus labios estaba mi lugar. Mientras nuestras lenguas se enredaban sonreí a modo de confirmación: el mundo era lo suficientemente grande y yo siempre supe que había en él un lugar para nosotras. Y pienso que morir en sus labios no estaría mal, pero luego se me ocurre tener todo el tiempo del mundo para malgastarlo con ella y la vida me sonríe casi tan bonito como ella. Nos separamos y la miré. Os juro que en ese momento ella era lo más bonito que podía serlo alguien.

- Deja de componer mientras me besas - joder. Me conocía mejor que yo y yo me moría por conocerla mejor que a mí misma. - No compongo, tonta.

- Por lo menos dime qué compones, no te hagas de rogar.

- "Desde que te conocí el mundo fue empequeñeciendo, siempre fuiste luna menguante: inalcanzable pero sonriendo."

Sonríe. Y me enamoro un poco más de su sonrisa. De lo que hace con ella. Y paso de tener miedo de perderme a tener miedo a perderla.

Y eso es ser valiente.

Cerré la puerta mientras me besaba y noté sus escalofríos.

- ¿Tienes frío? - pregunté entre besos.

- Vanesa - se separó de mí - hace tiempo que he dejado de saber diferenciar el frío de no abrazarte. El insomnio de echarte de menos. La muerte de no vivirnos. Hace tiempo que todo eres .

Podría intentar describiros lo que sentí en ese momento, pero os juro que si la magia existiera, ella la estaba haciendo conmigo.

Malú y Vanesa MartínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora