Cansemos hasta a los amaneceres

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La última vez que me besó fue en el ascensor. No sé cómo, al abrir la puerta de éste consiguió mantener la calma como aquella que no acababa de vivir los momentos más intensos de su vida. Quién sabe, quizá no lo había hecho.

Cerré la puerta sin apenas hacer ruido, colgué las llaves y cuando me giré estaba sentada en el sofá. Se había quitado los tacones que le permitieron besarme sin tener que ponerse de puntillas hace apenas minutos, y se había cruzado de piernas como una niña pequeña. Me acerqué a ella, como si de un juego se tratara y le tapé los ojos por detrás. Estaba llorando. Mierda.

- Vanesa, para. -consiguió decir susurrando.

- Necesito saber qué piensas. -le cogí fuerte la mano. Ella me devolvió una caricia que hablaba por todo aquello que no era capaz de decir. Si no me hubiera contestado, la manera de la que me acarició habría sido más que suficiente, pero lo hizo.

- A veces me duele la vida. Me duele mi vida porque me doy cuenta de la cantidad de cosas de las que tengo que prescindir por vivirla -me miró con una sonrisa ladeada, ella misma era consciente de que se estaba contradiciendo- quiero decir, hace tiempo que sé lo bonita que eres por dentro. Hace tiempo que, aunque no me vea bonita cuando me miro al espejo, me veo preciosa cuando les dejas a tus ojos ser mi espejo. Podríamos estar juntas. Nosotras. Sin necesitar a nada ni a nadie más, Vanesa. Podríamos darnos cuenta de lo mucho que nos necesitamos, porque lo hacemos -coge aire y en su cara veo que ahora viene el 'pero'- y en ese momento estoy. Pero sólo al pensar en ello me doy cuenta de lo bonitas y putas que pueden llegar a ser las esperanzas.

- ¿Eso es todo? Podríamos darnos cuenta de lo mucho que nos necesitamos, porque lo hacemos. Pero te rindes porque son sólo esperanzas. Claro que son esperanzas. ¡No nos has dado tiempo a reaccionar! -noto cómo las ganas de besarla se me escapan por los ojos.

Ella también lo nota. Lo nota y me besa. Con seguridad, con certeza. Con la misma certeza ataco su cuello y noto cómo se le acelera la respiración. Me mira, y consigue transmitirme la seguridad suficiente para que yo le desabroche la camisa sin pensarlo. Y sonríe, sonríe porque lo estaba pidiendo, y tanta complicidad se le escapa por la comisura de la boca.

Cuando nos dimos cuenta estábamos en el mismo sofá que nos vió llorar minutos antes con cada vez menos ropa entre nuestros cuerpos. Dejó de besarme repentinamente, me puso el pelo detrás de la oreja y me susurro "ven" de manera que pude notar su sonrisa. Y os juro que a todo el mundo le deberían susurrar algo así en su vida.

Se levanta del sofá y me roza levemente el dedo a modo de "sígueme" porque no tiene la menor duda de que lo haré. Pero no lo hago. La suelto y ella sigue su ritmo pensando que voy detrás. Y me enamoro de la brisa que me acaricia la cara cuando se gira y descubre que no puedo dejar de mirarla. Porque no sé si me acabaré matando en sus curvas, pero estoy jodidamente enamorada de ellas, y creo que acabará siendo lo mismo. Me coge de la muñeca y cuando me quiero dar cuenta tengo a la mujer más preciosa que han visto mis ojos acariciándome de principio a fin. Y le correspondo.

- Relájate, nena -le susurro al oído.

Sonríe y me besa levemente. Se aparta el pelo de la cara y a mí se me escapa el corazón por la boca.  Y la vida. El tren de la cordura partió sin mí cuando descubrí sus maneras. Me muerde el ombligo y yo le acaricio la espalda sin que ella sospeche que es una mera estrategia para dejarla desnuda de torso para arriba ante mí. Cuando se da cuenta, sonríe y se muerde el labio.

- Pero no es justo... Tú no estás desnuda. -susurra.

Es en ese momento en el que introduzco mi mano en su pantalón sin pensarlo, y automáticamente, ella suelta una especie de suspiro y gemido a la vez que me parece ser el sonido más bonito que jamás he escuchado nunca.

- ¿Seguro que quieres que pierda el tiempo en desvestirme? -susurro mientras se cuelan en mí sus gemidos ahogados aumentando mi temperatura.

- No... -musita. Apenas le queda voz para nada que no sea dejarse llevar y, de vez en cuando, susurrarme que me quiere.

Y con un beso me pide que siga. Y con una sonrisa me hago de rogar. Ataco su cuello dejando marcas en su clavícula mientras ella me desnuda por completo. Me pierdo en ella, en su olor. Y cuando se le ve en la cara que va a llegar al cielo y quedarse en él un rato, freno el compás y mis manos vuelven a desvestirla como antes, como si nada hubiese pasado. Me mira extrañada, rogándome con los ojos, con los labios y con todo lo bonito que tiene, que vuelva a colarme entre sus pantalones un rato más.

- Todavía no... - sonrío pícara.

Me mira extrañada, parece no gustarle mucho. Eso, o le ha encantado, porque en apenas segundos y con un giro increíble que sólo sus piernas pueden hacer se coloca sobre mí. Me desnuda completamente. Me acaricia como nadie lo ha hecho jamás y yo no puedo hacer otra cosa que soltar pequeños gemidos mientras noto cómo se le eriza la piel.

Le arranco los pantalones y empujo con fuerza hacia su cuerpo y grita sujetándose con fuerza a las sábanas. Y noto calor. Y como si piel se derrite gota a gota. Le echo un pulso a sus gemidos y voy más allá. Y ella es la primera en gritar, se abandona al placer y arquea el cuerpo movida por el orgasmo, mientras yo la sigo invadiendo por un rato más. Y no engañaría a nadie si dijese que ahora mismo, la quiero toda, cuerpo, alma y alrededores.

Ella sonríe, victoriosa. Echa su larga melena hacia atrás y sigue a lo suyo. 

-Déjame a mí... - sonríe. Sabe por qué lo dice y se me escapa la risa. La dejo.

Se coloca sobre mí y noto como en el fondo, se conoce los puntos geográficos de mi cuerpo y me parece increíble la agilidad que tiene para moverse y como bailar sobre mí para romperme de mil maneras posibles. Y es, segundos después, cuando me mata de la mejor manera que lo pueden hacer: haciéndome sentir viva.

- Cariño, creo que hacemos tan bien el amor porque nos sobra por los cuatro costados - dice ya recostada en mi pecho jugando con mis rizos. La abrazo fuerte y beso su frente.

Qué razón tiene, joder.

Malú y Vanesa MartínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora