XV

2K 142 19
                                    

—Esto es para mear y no echar gota —dijo Lucy, cruzándose de brazos—. Me has sacado del trabajo para traerme a una pizzería.

La pizzería Cheney, regentada por un amigo de Natsu, estaba siempre atestada de gente. Lucy no soportaba a los niños gritando y comiendo como cerdos. Tal vez podría convencerlo para ir a una discoteca, pimplar un poco y acabar metidos en la cama. Lo típico. O pimplar toda la noche, llamar a un taxi y decirle: «Ya nos veremos». Resopló y se pasó la mano por la cabeza. Puta piña. ¿Cómo podía gustarle la pizza con piña? Puto idiota. De todos los gilipollas que conocía, Dragneel era el que mejor le caía, pero, joder, piña, ¿de verdad?

—Tienes que comer bien —respondió su exprometido, con la boca llena—. Estás en los huesos.

La ambición rubia tenía hambre, sí, mas no de comida. Copón. Al pilón. Natsu la buscaba, cachondo a más no poder, y sólo se dignaba a llevarla a comer pizza. Pizza, pizza, picha. Por algún motivo, empezó a pensar en un soliloquio que Erza soltó mientras bebía Pernod: «El otro día vi un pene por primera vez... Bueno, a ver, no exactamente. Lo que quiero decir es que lo observé con atención por primera vez. Estaba picada por la curiosidad, así que fui a por una lupa. Nunca había mirado una polla tan en serio. Parecía que no había visto una en mi vida. El caso es que es sólo un... obelisco. Y poco más. Un palo tieso. Te excitas con ello, la mayoría de veces sin mirarlo. Realmente no tiene nada de especial. Se me ocurrieron ideas extrañas mirándolo. El tío empezó a sacudírselo». Erza tenía razón: no tenían nada de especiales esas varas de carne, pero... le gustaban. No podía dejar de excitarse.

—Se acabó. O levantas el culo y nos vamos de aquí, o me voy yo sola.

—Joder, Lucy —se quejó con la boca llena—. Estoy intentando que tengamos una cita normal, ¿vale? Ya sabes: comida de mierda, manos rozándose por debajo de la mesa, paseíto por el parque... ¡Oye, no te vayas!

La mujer se puso en pie.

—No soy una de esas, Natsu. No tengo ni un ápice de romanticismo. Voy a lo que voy: solamente quiero jincar. Es lo único que me importa.

—¡Qué mujer! ¡Qué mujer!

Después de terminar de comer, Natsu se restregó las manos. «Yo iba a casarme con este idiota —pensaba Lucy—. Dios mío... ¿Cómo estaríamos ahora? No quiero ni imaginármelo».

—Oye, Lucy, ¿por qué eres así?

—¿Así cómo? ¿Una mujer que sabe lo que quiere? Estoy en mi mejor momento. Meterme a stripper ha sido la decisión más acertada de mi vida. Mira, Natsu: no me interesa tener una relación contigo ni con nadie. Eso se ha acabado. Porque no quiero soportar a nadie. Solamente importa el sexo. El sexo mueve el mundo. Los seres humanos no estamos hechos para vivir en pareja. Estamos hechos para salir a tomar cañas, reírnos, hablar un rato y echar un polvete. Pero no para la convivencia. Ya sabes lo que hay.

—Me cago en la hostia —contestó—. Me ha quedado claro, sí. Pero... ¿no me vas a dar ni siquiera una oportunidad?

—Ya no doy oportunidades.

—Déjame intentarlo, ¿vale? Soy muy insistente: no voy a parar hasta que me des esa oportunidad. Vamos a ir a tomarnos algo por ahí. Me gustas.

Lucy se mordió los labios.

—Te he dicho que ya no me van esas cosas.

—Pero eso es por culpa de ese tío del que me hablaste, el tal Sting. Mis citas son mucho mejores, ya lo verás.

—E imagino que eres de los que manda corazones por Whatsapp cada cuarto de hora.

—Pues no —contestó Natsu—. ¿Te crees que tengo quince años? Me ponen de los nervios los que hacen eso. Y también me sacan de quicio los motes: osito, cielito, cariñito... ¡Horroroso!

A Lucy también le crispaban aquellas cosas. Sting la llamaba angelito. Incluso cuando estaban en la cama, en plena faena, la llamaba así. No se podía encender la llama del romanticismo en una mujer que no tenía deseo de hacerlo. Era superior a ella. Le revolvía el estómago.

—En eso estamos de acuerdo —admitió la rubia. Tras suspirar, miró al hombre con una fría indiferencia—. Pero no soy lo que buscas, Natsu. Yo sólo quiero... follar.

La determinación de su premisa hizo que Natsu levantara la mirada. Las dos esmeraldas de él contra los granates malíes de ella.

—Vamos —dijo Natsu, serio.

—¿Vamos? —reiteró, sorprendida por la repentina decisión.

—Sí, sí. Voy a darte lo que tanto quieres.

Salieron de aquel antro. En el coche, Natsu empezó a hablar de la vez que entró a una casa de putas por equivocación. «Me cogieron entre dos y, ¡paf, paf, paf! Una era negra, una moza del Senegal, hermosa como una pantera... Y habilidosa como ella sola. El caso es que me dijeron que cerrara los ojos y... ¡zas, zas! Salí de allí con la cartera vacía, los ojos idos y un hilo de baba colgándome de los labios».

Luego habló de su amigo Gray Fullbuster. «¡Ese cabrón! Va siempre detrás de una tía, de verdad. En el fondo, creo que tiene algo de sarasa. No me extrañaría que se declarara maricón de la noche a la mañana. ¿Cómo se dice...? Ah, sí. Boy's love».

Y, al torcer a la derecha, se oyó el estruendo de una colisión. Los cláxones, la radio aún encendida.

La realidad ennegreció por completo.

Porno para dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora