Muerdo mis labios y aferro las uñas en las palmas de mis manos.
Instrumento para contener mis impulsos de soltar mis palabras.
Que como dagas van perforando por turno mi garganta.
Y la frustración que viene en olas se acumula en la entrada.
He aprendido que en ocasiones callar es lo más correcto.
Así me esté ahogando poniendo entre rejas sentimientos.
Porque no vale la pena luchar por lo que no tiene remedio.
Y hacer quebrar mi voz por lo que mañana seguirá existiendo.
Para las personas que como yo sentimos más de la cuenta.
Por renunciar a hablar y dejar fluir la aflicción.
Queremos romper cadenas y destrozar todo el exterior.
Pero estamos acostumbrados a callar lo que nos dicta la razón.