XXI. Just Bittersweet

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Era lo suficientemente pequeña para esconderse justo detrás de uno de los sofás que se encontraban en la sala de su abuela. Su abuela le había advertido que no iba a ser bonito, pero si quería conocer a su hermanita Yesol, tendría que mantenerse fuera de la vista de sus padres.

—Byulie, ¿sabes lo que tienes que hacer? —le preguntó su abuela. La niña sonrió mientras asentía, un hueco entre sus dientes sacó una carcajada a la mayor.

A sus cinco años, la más grande de las hermanas Moon ya había perdido su primer diente. Lo había perdido justo el día anterior y estaba emocionada por enseñarle a su nueva hermana lo que había sucedido. Sabía de antemano que no iba a ser tan fácil que su abuela consiguiera a la pequeña niña, pero al final de cuentas, Seulgi también llevaba tiempo viviendo ahí con su abuela y ella.

Con sus dedos, comenzó a contar las habitaciones de la casa mientras esperaban a que sus padres aparecieran. Al darse cuenta de que se iban a quedar cortas de habitaciones, miró a su abuela con preocupación.

Omma —la llamó desde su escondite. La mayor le miró— ¡no tenemos suficientes habitaciones! ¿qué vamos a hacer? —se detuvo por un momento, hasta que se le ocurrió algo— Yesol es nueva y Seulgi es vieja, ¿no es así? ¿nos vamos a deshacer de Seulgi porque ya está vieja y usada? —preguntó, preocupada.

—Byulie, así no es como funcionan los hermanos, cariño —dijo, riendo—. Sabes que no es seguro que Yesol se quede aquí, cielo. Además, si Yesol se quedase, estaría durmiendo conmigo por unos meses. Después se iría a compartir habitación con Seulgi o Seulgi la compartiría contigo.

—Entonces ¿no vamos a tirar a Seulgi?

—No, cielo —dijo riendo. Las interrumpió el sonido del timbre—. Son ellos, corre, cariño, escondete... —le dijo. La pequeña obedeció y casi con el corazón en la mano, corrió debajo de una mesa de cristal que tenía su abuela, pues no le daba tiempo a llegar a su habitación y mucho menos a esconderse en algún otro lado.

La pequeña sintió un ligero ardor en su oreja al sentarse debajo de la mesa, pero la emoción de conocer a su nueva hermana no la dejaba pensar claro. La puerta se abrió de lado a lado y la pequeña dejó de escuchar a las personas hablar. No era que no pudiera hacerlo, sólo prefería no hacerlo.

Sus padres eran malos.

Sí te quieren, cariño —recordaba las palabras de su abuela—, sólo necesitan un tiempo.

La pequeña aún no sabía cómo funcionaba el tiempo, pero sabía que habían pasado ya tres navidades desde que no vivía con ellos. No le molestaba vivir con su abuela, sólo quería saber qué había hecho para que sus padres dejaran de amarla a ella y a Seulgi.

Tienes que ser agradecida con ellos, de todas formas —volvió a recordar—, ellos te dieron a Seulgi y te dieron un lugar dónde vivir por casi tres años, cielo.

Ella amaba a Seulgi. Amaba cuidar y proteger a la pequeña, aunque incluso ella fuera muy torpe para cuidarse a sí misma. Sus padres eran malos, pero le habían dado a Seulgi y ahora, a Yesol.

Un llanto que provenía del piso de arriba la sacó de sus pensamientos. Podía escuchar a su hermana, Seulgi, llorar con toda su fuerza, había olvidado darle su hámster de peluche a su hermana para que no llorase cuando no la viera. Sus preocupados ojos analizaron toda la casa en menos de un segundo: el pequeño hámster se encontraba al lado de la puerta.

Subió la mirada para observar a sus padres, quienes ahora peleaban a gritos con su abuela. Su abuela ya tenía el teléfono en manos y seguramente estaba llamando a la policía, igual que cuando Seulgi llegó a casa.

Scars | MoonSunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora