1: Controla la testosterona.

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―Jimin-ah ―vocifere entrando en su habitación a oscuras. Rodé los ojos. 

Eran las cuatro de la tarde, y hoy en teoría teníamos universidad. Será idiota. Otra falta de asistencia en su larga lista de lo que llevamos de año. Las clases se terminaban a las tres, incluso yo ya había comido. 

―ChimChim ―me quejé levantando las persianas de la habitación, haciendo que esta se iluminase, dejándome ver a un Jimin sin camiseta, con una almohada en su cabeza y boca abajo.

Muerdo mi labio inferior, sintiendo como mis mejillas se sonrojaban.

Estaba acostumbrada a verle así desde que tenía uso de razón. Incluso de enanos nos bañábamos juntos. Pero a la hora de crecer... Bueno, a Jimin le sentó muy bien la pubertad, y ahora es uno de los chicos más guapos de la universidad, al igual que lo fue los dos últimos años de instituto.

El caso es que sus acciones, sus palabras y su persona en sí me volvía loca desde los doce años. Desde que me besó en un juego "sin importancia", así que sí;  estaba coladita o enamoradisima de mi mejor amigo. Cabe destacar que según que cosas ni siquiera hacían efecto en mi por tener tanta confianza que se ha ido acentuando con el pasar de los años; como ahora.

Me tiré encima de su espalda y comencé a removerlo.

―Yuri, no es justo ―gruñó con su voz ahogada por la almohada.

Reí por lo bajo y le arrebaté la almohada, dejando su despeinado pelo naranja igualito al mío al descubierto.

―Claro que si, me has dejado sola en clase hoy. Eres un mal amigo ―acaté con voz de niña pequeña, haciendo un puchero aunque no pudiese verme.

Sin comerlo ni beberlo acabé rodeada por sus brazos y pegada a su caliente torso. Solté un gruñido para nada femenino, y él me lo devolvió como un troglodita. Dejó un beso en mi coronilla y solo recé para que no escuchara el latir de mi corazón.

―Claro que no. Soy el mejor amigo del mundo, y uno muy sexy además
―fanfarroneó, por lo que le di un manotazo en el pecho.

Estar en sus brazos sin duda era de las mejores cosas del mundo. De mi mundo.

―Siii, y tanto, ahora levanta, tenemos que ir a comprar.―Me levanté de la cama y le quité las sabanas de encima, dejando su bonito trasero cubierto por sus boxers negros. Sonreí de medio lado y me lo comí con los ojos, sabiendo que él no me miraba.

―¡Yah! Yuri, tengo sueño.

―Y yo hambre.

―Tú siempre tienes hambre―atacó. Levantándose por fin de la cama, y juré por todos los dioses que hice de todo mi ser para no mirarle el paquete. 

Puse mis ojos en blanco y le lancé una de sus camisetas blancas. Siempre que yo quería me dejaba elegir su la ropa. Y más si está en ese modo de "No quiero hacer nada con mi jodida vida". 

―Y tu eres el de las cinco rondas de madrugada―contraataqué lanzandole una chaqueta tejana. Él me miró indignado y le di una de mis mejores sonrisas malévolas.

No sé ser una perra mala, por lo que seguramente parecía una ardilla con las mejillas llenas de cacahuetes.

Rebusqué un poco más en su armario, hasta estar completamente inclinada para encontrar unos dichosos tejanos negros. Hacía frío hoy. Cuando estaba por cogerle unos que estaban bastante al fondo, el sonido de un azote se escuchó por la habitación, y mi nalga izquierda comenzó ha arder. Mis mejillas se calentaron, no tuve mas que girarme y darle en el hombro. 

―¡Mi nalga Jimin!―exclamé adolorida. 

Se rió y ahora me la sobó, dejándome todavía más abochornada. 

Prohibido enamorarse;; P.jm.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora