Siete

21 7 1
                                    

Lunes. Lunes de resaca. Lunes de reflexiones, de decisiones.
Estoy en mi apartamento, desayunando mientras reviso detalles sobre la obra de teatro. Sofía no está, tampoco Yolanda. Se fue ayer por la tarde, por lo que me dijo mi compañera de piso. Yo pasé todo el domingo con Fer y Julia hasta la noche, por lo que no la volví a ver, algo que agradezco por una parte. Sin embargo, por la otra, me temo que haya podido pensar que la estaba evitando. Empiezo a sospechar si lo de los mensajes es cosa suya, aunque, por más que lo pienso, no consigo atar los cabos que me lleven hasta ella. Decido no darle más vueltas al tema, dejar atrás lo de Marc y continuar con mi vida tal y como lo hacía antes de empezar con todo esto.
Termino de desayunar entre mis pensamientos, cuando recuerdo el folleto que cogí el sábado en la tienda. No lo volví a mirar después de aquello. Busco el bolso que llevé ese día y ahí está, algo arrugado, pero igual de interesante. Hay una dirección de email y un teléfono. Opto por la primera opción, ya que no estoy ahora mismo para charlas telefónicas. Escribo el email detallando mi interés por el curso ofrecido y a los pocos minutos llega la respuesta.
Sin embargo, cuando voy a leer el email, suena mi teléfono. Me está llamando mi madre.
–Hola, mamá.
–Hola, cariño. ¡Qué alegría me da de escucharte! Hace varios días que no me llamas. ¿Estás bien? ¿Cómo va ese nuevo trabajo que tienes?
–Sí. Estoy bien. Un poco liada, solo eso. La obra de teatro va estupendamente. Y vosotros, ¿cómo estais?
–Me alegro. Nosotros estamos bien, ya sabes que este domingo es el cumpleaños de tu padre. –Mierda. Sé que día es, pero se me había olvidado por completo que era esta semana.–
–Sí, claro.
–¿Vendrás a celebrarlo? Hace mucho tiempo que no vienes por Cáceres, te echamos de menos y... sé que a tu padre le haría mucha ilusión que vengas.
–Ahora mismo estoy un poco liada, pero intentaré ir. La ocasión lo merece, ¿no? Yo también tengo ganas de veros a todos.
–Vale. Pues ya hablamos. Adiós, te quiero. –dice con un tono de voz de rapidez e ilusión.
–Y yo. Adiós. –corto la llamada y me llevo las manos a la cabeza, resoplando. No sé cómo he podido olvidar algo tan importante para mi familia. Todo esto me sobrepasa, me tiene tan ocupada que no me deja ver las cosas imprescindibles que tengo a mi alrededor. Bueno, me vendrán bien unos días fuera de Madrid, después de todo.
Dejo el teléfono y vuelvo con lo que estaba haciendo. El email. Lo abro y veo que contiene información sobre el curso.
Consta de una parte de estudio a distancia, desde casa, y una parte práctica, en la que debo estar durante un tiempo determinado en una colonia, un viaje con niños, un campamento, o algo relacionado con las escuelas de verano, guarderías, etc.
Decido descargarme la matrícula para rellenarla más tarde, cuando venga del teatro.
Una vez en la escuela, busco a César para pedirle un favor. Pero no lo encuentro por ningún lado. Al final, lo encuentro hablando con otro compañero, el de danza contemporánea creo. Espero a que terminen y me acerco a él.
–Hola. –saludo.– ¿Te pillo muy ocupado?
–Para ti siempre tengo tiempo. –dice sonriendo.– Dime.
–Pues, quería pedirte un favor. No hace falta que lo hagas, si no quieres. No quiero ponerte en compromiso.
–Tú dispara, a ver que pasa.
–Me gustaría saber si podrías ayudarme tema de la música para la obra. Estamos haciendo un musical y...
–¿Un musical? Vaya, cada día me sorprendes más.
–Sí. Grease. El caso es que hay que cantar, y esa parte no es que se me de del todo bien que digamos. Así que si podrías echarme una mano te estaría muy agradecida.
–Por supuesto. Creo que las horas en las que das las clases las tengo libres. Así que, si quieres, empezamos el próximo día.
–Vale, perfecto. Muchas gracias.

La semana pasa sin mucho que contar. Relleno la matrícula del curso, hago los trámites y empiezo a preparar el material, sin dejar de lado lo de la obra.
César me ha estado ayudando bastante, sin él no sería lo mismo.
Durante esta semana, sin embargo, no he hablado mucho con mis amigos. He estado ocupada preparando mis cosas para ir a Cáceres. He tenido que hacer la maleta, preparar el regalo de mi padre, sacar y lavar el coche, que tenía guardado desde hace un tiempo... Y aquí estoy. Conduciendo de camino a Cáceres un viernes por la noche.
Al llegar, bajo todas las cosas y llamo a la puerta de la que era, es, y siempre será mi casa.
–¡Amber! Pero qué guapa estás. Qué mayor. Pero, cuánto has tardado en venir por aquí.  Ni se te ocurra volver a tardar tanto nunca más. Anda, entra, entra.
–Hola, abuela. Yo también me alegro mucho de verte. ¿Cómo estás?
–Ay, hija. Yo estoy bien, ya sabes, las típicas cosas de vieja pero ya está.
–Abuela, no digas eso, si estás mejor que nunca. Voy a subir a dejar mis cosas, ¿vale? Ahora vengo. –subo a mi habitación y dejo la maleta. Miro a mi alrededor. Está igual que cuando vine la última vez. Escucho un sonido en el pasillo, música, y me asomo. Toco la puerta de la habitación de al lado.
–¿Se puede? –abro.– ¿Qué pasa? ¿Que ni siquiera vas a recibir a tu hermana mayor?
–¡Amber!– se levanta de golpe y viene corriendo a abrazarme.
–¿Cómo está mi pequeño?
–Ey, que yo ya no soy tan pequeño.
–Para mí siempre serás mi pequeño. –mi hermano de trece años parece haber crecido de manera descomunal, yo lo sé, aunque me gusta pensar que todavía sigue siendo un niño.– Oye Lucas, ¿Y mamá?
–Creo que estaba abajo con papá, preparando la cena. Deberías bajar, tienen muchas ganas de verte.
–Sí, y yo a ellos.– Cuando llego a la cocina los veo a los dos. Mi madre haciendo algo en la sartén y mi padre cortando unas verduras. Cuando me ven se les iluminan los ojos. Los saludo y me siento con ellos. Les ayudo con la cena y les cuento cómo va todo, el teatro, mis amigos... A quien no nombro es a César y, obviamente, tampoco digo nada sobre el tema de Marc. Estamos hablando durante bastante rato, realmente los echaba mucho de menos.
Cenamos los cinco, hablando y contando anécdotas divertidas y, cuando se hace tarde, me subo a mi habitación. Echo un vistazo y encuentro de todo, desde libros que tenía de pequeña, hasta fotos de la adolescencia. Veo una con María y Esther, que está puesta en la pared. Sin embargo, me detengo en otra que llama mucho más mi atención. Aparezco yo, bueno, mi yo de unos once años, con otras dos niñas. Las reconozco en seguida. Se trata de Clara y Paula, mis amigas de la infancia. Llevo bastante tiempo sin saber de ellas. Con este recuerdo, cojo rápidamente mi móvil y busco un grupo para mandar un mensaje. Al principio dudo, pero finalmente lo hago.
–¡Ey! ¿Qué tal? Estoy en Cáceres. Sé que llevamos mucho tiempo sin vernos, por eso me encantaría que quedásemos antes de mi vuelta a Madrid, si os apetece. Me voy el domingo. –la respuesta tarda un poco, pero finalmente llega.
–Claro que sí, Amber. Nos das una alegría. Tenemos muchas ganas de verte. ¿Por qué no te vienes mañana al Lind?
–¿Al Lindhall? Vaya, no sabía que ese sitio seguía abierto.
–Claro que sigue abierto, va mucha gente joven. Ya verás como ves muchas caras conocidas.
–Está bien. Entonces, mañana nos vemos. Buenas noches. –apago el móvil y me duermo.
Sábado. He estado toda la mañana con Lucas y mis padres, preparando cosas para la fiesta de cumpleaños. Ahora, estoy rebuscando en mi maleta a ver que me pongo, ya que tampoco he traído gran cosa. Cuando me preparo, salgo hasta donde había acordado con las chicas y, al llegar, allí las veo, sentadas, conversando, esperándome. Me acerco a ellas y las saludo.
–Hola. –digo abrazándolas.– Cuanto tiempo.
–Y que lo digas. –dice Pau.– A ver qué te hubiera costado llamarnos más de vez en cuando o visitarnos.
–Cierto. Pero tampoco te podemos culpar a ti sola. Nosotras tampoco hemos contactado contigo desde hace un tiempo, perdona. –interviene Clara.–
–No hay nada que perdonar. Me alegro muchísimo de veros. Os he echado de menos.
–Y nosotras a ti, Am. –así es como me llamaban de pequeña. Siempre éramos Pau, Clar y Am. El trío inseparable. Hasta que me fui a estudiar a Madrid. Aunque seguí en contacto con ellas, nada fue lo mismo. Ahora estamos juntas de nuevo, comportándonos como si yo siguiera aquí en Cáceres, con ellas, con todos. Parece que no haya pasado el tiempo. Nos vamos poniendo al día hasta que llegamos al Lindhall, un pub de por aquí.
Reconozco que se me hace muy extraño volver a pisar este lugar. Hace más de tres años que no vengo, estará cambiado, pienso, pero cuando entro me doy cuenta de que no es así. Distingo a varias caras conocidas, algunas me miran con curiosidad y otras incluso se paran a saludarme.
La noche transcurre con normalidad, hasta que aparece alguien en particular.
–¿Ese no es Iván? –pregunta Clara. Al oír ese nombre, me giro hasta el lugar donde miran mis amigas. Efectivamente, Clar no se equivocaba.
Iván y yo estuvimos saliendo juntos, justo antes de irme a Madrid. Era el típico chico malo del que ahora mismo no me fijaría ni loca. Pero, en esos tiempos de adolescente, me parecía el chico más guapo y bueno del mundo. Qué equivocada estaba. Lo dejamos poco antes de que yo me marchara. Él no sabía nada. Ni siquiera nos despedimos. Tampoco es que tuviéramos nada serio ni digno de admirar, cosa de críos. Cuando me ve, se acerca lentamente hacia mí.
–¿Amber? ¡Cuánto tiempo! –me saluda, dándome dos besos.– ¿Qué tal estás?
–Bien, Madrid es increíble. Y a ti, ¿cómo te va?
–Podría irme mejor pero, –hace una pausa.– se puede decir que he sentado la cabeza. Tengo trabajo serio y estable, pareja formal, todo lo que antes no buscaba, ya sabes.
–¿En serio? Vaya, me alegro mucho por ti. –la verdad es que se le nota cambiado, algo más maduro. Las chicas y yo nos quedamos junto a él y sus amigos, a los que se nos va juntando más gente. Iván nos invita a todos los presentes a una ronda de chupitos, y brindamos.
–Por los reencuentros.
–Por Cáceres.
–Por los amigos de toda la vida.
–Y por Amber. –cuando dicen mi nombre me siento en un pedestal. No recuerdo que me apreciaran tanto por aquí. Paso toda la noche bailando y pasándolo bien con todos. Al acabar la noche, les prometo que volveré pronto a Clar y Pau, que no dejaremos de tener contacto. Me despido y vuelvo a casa.

A la mañana siguiente, me despierto un poco más tarde de lo habitual. Abro la ventana y veo a mi padre en el jardín solo. Entonces, decido coger el regalo que le he comprado y bajar con él. Prefiero dárselo ahora a solas, que luego con tanta gente en la fiesta. Cuando llego, le doy un abrazo y un beso en la mejilla.
–Feliz cumpleaños papá. –saco el regalo y se lo doy.– Espero que te guste, no es gran cosa, pero...
–No hacía falta, cariño.
–Claro que sí, es tu cumpleaños. Te mereces todos lo regalos del mundo.
–Mi mayor regalo eres tú. Has venido. Con eso me basta. Ni fiestas, ni regalos caros. Lo que yo necesitaba era a mi pequeña Amber. Y por fin la tengo de nuevo a mi lado. –con los ojos algo llorosos, escucho atentamente.
–Oh, papá. –lo abrazo fuertemente.– Siento no poder venir más a veros. Ojalá pudiera pasar más tiempo con vosotros.
–No te preocupes, Amber. Me basta con que estés ahora mismo aquí. –dice sonriendo.– y ahora, cuéntame, ¿cómo de interesante es ese Madrid para que me haya arrebatado a mi niña? –los dos nos reímos levemente y comienzo a contarle mil cosas sobre mi vida allí.
–A veces me gustaría estar menos liada, no sabes lo estresante que puede ser mi vida allí.
–Y, ¿qué? ¿Has encontrado ya el amor? –pienso durante varios segundos, sigo sin haber experimentado eso que llaman "amor". Niego con la cabeza.
–Negativo. Ya sabes que no soy muy de enamorarme fácilmente.
–Eso es porque te mereces a alguien que esté a tu alcance, alguien que de verdad merezca la pena. A veces esa persona llega sin más, y otras tarda más de la cuenta. Pero, cuando llegue, lo sabrás. Mírame, a mí me pasó eso con tu madre. Desde el momento en el que la conocí, lo sentí, sabía que quería estar con ella toda mi vida. No la podía dejar escapar. –nos quedamos en silencio durante unos segundos.
–A veces me gustaría volver, estaría mas cerca de vosotros y no me echaríais tanto en falta.
–Que tú seas feliz, es lo único que importa. Sea con quien sea, donde sea. Si tú eres feliz, nosotros también lo somos. Somos tu familia, nos tendrás siempre para todo. –me coge de la mano, consolándome.– Ya sabes que te quiero, ¿verdad? –dice, como solía hacerlo tantas veces cuando yo era más pequeña. Sonrío levemente y miro sintiendo emoción y admiración al único hombre por el que siento amor, del sincero y verdadero. Por el hombre que me dio la vida y al que se lo debo todo.–
–Yo también te quiero, papá.

Greysi. El sueño de un campamento de verano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora