Dos

41 13 3
                                    

Me despierto de la incomodidad de tener a María casi encima mía. Miro hacia los lados, pero no veo a Esther. Voy hacia cocina y tampoco está. Entonces pienso. No habrá sido capaz de... Voy corriendo a la habitación de Sofía.
–¿Pero qué haces? -no me contesta, así que le tiro un cojín.-
–¡Oye! -se queja.-
–¿Qué haces aquí? ¿Estás loca o qué?
–¿Cómo esperabas que durmiese con vosotras? María se apodera de la cama.
–Ya, no hace falta que lo jures. Venga, vamos a recoger esto.
–Si, no vaya ser que perciba que alguien ha perturbado su cama. –dice con ironía.
–Es su cama. Entendería que se enfadase.
–Ya. –admite.– Oye, ¿has pensado en lo de ayer? –pienso en lo que me acaba de decir.–
–Te lo digo si me ayudas a recoger esto. –digo para convencerla. Y así es. Cuando todo parece estar tal y como lo dejó Sofía, Esther vuelve a insistir. Vaya, cuanto interés.
–Sí, lo que pensado.
–¿Y bien...?
–Lo intentaremos, pero no porque esté deseando de encontrarlo, solo por curiosidad y... porque no pierdo nada intentándolo.
–Por supuesto. –se ríe.–
–¿Qué es tanto ruido? –aparece María frotándose los ojos.–
–Vaya, ¿ha dormido bien la princesa?
–Más bien, el animal. –digo yo.– Vaya noche.
–¿Yo? Pero si yo apenas me muevo cuando duermo. –protesta María, y nosotras la miramos desesperadas.
Después de que Esther nos demuestre sus magníficas dotes culinarias con un gran desayuno, decidimos salir de compras a Gran Vía. Cogemos el metro y cuando llegamos allí nos damos un buen tour por todas las tiendas, así hasta la hora de comer.
–Bueno, pues ya tengo el modelito para esta noche. –dice María.–
–Sí, si hubieses avisado nos hubiéramos traído algo mejor... Por cierto, ¿dónde vamos a ir?
–A un local del centro. Los sábados suele haber gente, pero comparado con las discotecas de Madrid es bastante tranquilo. –Cuando llega la noche nos arreglamos las tres para salir. Hemos quedado con Fer y Julia en el mismo local al que iremos. No sé muy bien si esto saldrá bien... Pueden llegar a llevarse súper bien, o dar paso a esos celos-odio mutuo. No habrá punto medio, de eso estoy segura. Por lo menos, espero que no sea lo segundo lo que pase. Llegamos al local y veo a mis amigos sentados en una mesa, guardando sitio. Me acerco y María y Esther siguen mis pasos. Entonces los saludo y comienzo con las presentaciones.
–Estas son María y Esther. –digo, señalando a cada una cuando digo su nombre. Y a continuación hago lo mismo.– Ella es Julia y él Fernando.
–Fer. –me corrige.– Encantado. -se levanta para darle dos besos a cada una, como acaba de hacer Julia.
–Igualmente. –dice María, mirándolo asombrada. Seguramente, por su altura. –Vaya, qué alto eres.– ¿Ves? Lo que yo decía.-
–No puedo decir lo mismo de ti. –dice Fer, y parece que María lo mira molesta, pero la cara se la cambia en cuanto él sonríe. La verdad es que mi amigo es bastante guapo. No sé porqué nunca me había fijado en eso, supongo que lo veo como a un hermano.– Lo siento.
–No pasa nada. –responde María.– Si es la verdad... –dice riéndose. Pasamos un rato hablando. Bueno, más que todo, ellos hablan y yo los observo, ya que están conociéndose entre ellos y yo ya los tengo bastante vistos a todos. Pero me alegra mucho ver que se llevan bien.-
–Así que eres psicóloga. –quiere saber Esther.–
–Así es.
–Bueno. Teóricamente hasta que no acabe la carrera no. –interviene Fer.–
–¿Y tú también estudias? –le pregunta María.–
–Sí, Periodismo. –le responde él.– ¿Y tú?
–Yo estoy acabando Fisioterapia.
–Vaya, ¿en serio? Pues a ver si un día me haces un masaje, que me noto la espalda muy dolorida.
–¿Ah sí? Eso será una contractura cervical por lo menos. –dice María y, a continuación cambia el tono.– Pues, cuando quieras. –dice con una insignificante intención. Fer la mira, le regala una sonrisa pícara y bebe de su copa.–
–Bueno, ¿no os apetece un baile? –propone Julia.–
–Claro, venga vamos. –dice Esther.– ¿Os apuntáis todos, ¿no? –se ponen de pie todos para irse, excepto yo, que tengo un problema con el broche de mi zapato. Van a irse todos cuando María me mira.– Bueno qué, ¿vamos? –continúa Esther.–
-Id yendo vosotros, ahora vamos Amber y yo. –contesta María.– Oye, ¿te pasa algo?
–¿A mí? No. ¿Y a ti? –digo terminando de ponerme bien el zapato.–
–Tampoco. ¿Necesitas ayuda con eso?
–No, ya está. Gracias. –digo poniéndome de pie.–
–De nada. –me contesta, y se queda unos segundos callada.– Oye, ¿Fer está con alguien?
–¿Por qué no se lo preguntas? –le pregunto con intención, pero se queda callada.– No. No tiene. ¿Es que te gusta?
–¿A mí? No. Es solo que, bueno. Por curiosidad. Ahora te iba a preguntar lo mismo de Julia. –dice sonriendo.–
–Ya, claro. No, están los dos solteros, que yo sepa.
–Ah. Bueno. ¿Vamos? –asiento y la sigo hasta donde se encuentran los demás. Estamos un rato bailando, bebiendo y pasándolo bien juntos. Esto es lo mejor que ha podido pasar. Llevaba mucho tiempo intentando que se conocieran, pero me daba miedo de que no se llevasen bien. Ahora sé que eso ya no es un problema.
Abandonamos el local a las 3 a.m, un poco alegres a causa del alcohol, pero tampoco demasiado. Cuando llegamos a mi apartamento los cinco, les propongo a Julia y Fer que se queden a dormir. Total, pensaba sacar los colchones inflables y cerrar con llave la habitación de Sofía, así que no hay problema. Me ayudan a colocarlo todo y volvemos al salón.
5 a.m. No sé a quién se le ocurrió la idea de jugar a este juego, pero creo que se nos está yendo un poco de las manos.
–Bien. Te toca, Esther. ¿Qué eliges? –dice María.–
–Reto, Reto, Reto... –la animamos.–
–Reto. –contesta y gritamos de emoción.–
–Vale, qué podríamos hacer contigo...
–Lo tengo. –dice Fer.– Tienes que besarte con... Julia. Pero no un beso cualquiera, uno de verdad, con lengua. ¿Aceptas o bebes? –todos miramos a Esther intrigados, incluida Julia. Parece dudarlo y, cuando creemos que va a beber, se levanta. Va hacia Julia, le agarra la cara con cuidado y le planta un morreo descaradamente, que calculo que dura más de diez segundos.
–¡Wow! –digo.– Muy bien hecho. Así me gusta, que seáis valientes. Venga, María. Te toca.
–Reto. –ahí veo mi oportunidad y lanzo mi propuesta.
–Bien. Tienes que darle un beso a Fer en cualquier parte del cuerpo, excepto en los labios. –digo.– Tú decides, pero tampoco vayas a hacer ningún desperdicio de prueba, sé atrevida.
–Vale. –se levanta.– Fer... ¿Te levantas la camiseta?
–Guao... –se oyen a Esther y a Julia decir, yo sonrío con perversión y orgullo, observándolos. Fer hace lo propio y levanta su camiseta, dando paso a sus abdominales, los cuales no sé de donde se los saca. María se acerca, los acaricia y luego le da el beso, inesperadamente en el cuello, provocándole un escalofrío. No se lo esperaba, ni él, ni nadie.
–Vaya... -dice Fer.– ¿Y lo de la camiseta...?
–¿No te lo esperabas, eh? –dice María.– Ese he preferido guardármelo, sólo quería comprobar lo que ya intuía. Bonito abdomen. –le guiña un ojo y nos quedamos todos perplejos, pero a los dos segundos aplaudimos, admirándola.- Gracias, gracias.–
Seguimos un poco más con el juego, esta vez con preguntas de las que no hay nada que destacar y luego nos vamos a la cama, bueno, mejor dicho, a los colchones. Yo sí que duermo en mi cama, con Esther. En los dos colchones del suelo, se sitúan Julia y Fer, compartiendo uno y María en otro, sola, porque ya sabemos lo que pasa con su poder de echar a la gente de la cama.
A la mañana siguiente, me despierto y veo a todos durmiendo, excepto a Fer. Me levanto y voy hacia el salón, donde me lo encuentro en el sofá tumbado viendo la tele. Lo saludo.
–Ey. ¿Has dormido bien?
–Sí. Bien. -asiente con voz de cansancio.–
–Vaya, pues no lo parece. –le baja la voz a la tele y me mira.
–Es culpa del alcohol barato ese que compráis, menuda resaca tengo de anoche. –me río.
–Sí, desfasamos un poco. –le digo.– Oye, ¿dónde tenías tú guardados esos abdominales? –abre los ojos en cómo platos y me mira.
–Ah, eso. –se ruboriza un poco.
–Vaya, ¿y eso? –le pregunto al notarlo.
–Nada, es sólo que no me acuerdo de muchas cosas de anoche, no sé qué pude decir cuando se me fuera la lengua.
–Vaya, vaya, Fernandito. Así que no recuerdas nada. ¿Qué es a lo que tienes miedo de decir?
–¿Yo? A nada. –dice un poco inseguro, pero no insisto más.
–Tranquilo, no dijiste ni pasó nada malo. Tan sólo que Esther y Julia se dieron un beso que parecía sacado de a saber qué tipo de película y a ti María te puso el vello de punta con rozar tu cuello.– se ríe.
–Vaya. Pues sí que la liamos un poco.
–Ya ves. Bueno, voy a ver si puedo despertar a alguna cruelmente. –voy a irme, pero algo hace que me dé la vuelta de golpe.
–Vaya, ¿en serio? Qué mala. –dice.– ¿Qué pensaría Marc si te viera?
–¿Cómo sabes lo de...?
–María. Parece que no fui el único que se fue de la lengua anoche. ¿Cuándo pensabas contármelo?
–A ver, no te enfades, es que una historia un poco larga y ayer fue cuando se la conté a ellas. No he tenido la ocasión de... –me corta.–
–¿Es que tienes prisa?
–Está bien. Te lo contaré todo, pero no quiero que me malinterpretes cuando te lo cuente, ¿vale? Ahora, escucha atento.
–Soy todo oídos.

Greysi. El sueño de un campamento de verano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora